lunes, 26 de noviembre de 2012

Nieve en el alma: carta de un exiliado español en 1950


Cicerón utiliza en su discurso de defensa al poeta Arquías una terrible metáfora: la de la tumba del olvido. Nada sea probablemente tan terrible como cuando nuestras acciones desaparecen y nuestro propio nombre se borra del recuerdo. El olvido es una tragedia que se cierne, entre otras posibles víctimas, sobre los muertos y los exiliados. En este sentido, y a diferencia de otros exiliados y profesores fallecidos, Pedro Urbano González de la Calle ha sido olvidado en la universidad Complutense donde enseñó materias de filología latina hasta 1936. Más recordado es, si cabe, en Salamanca, donde fue compañero y amigo de personas tan notables como Unamuno. Pedro Urbano nació en 1879, por lo que al partir de España, en 1939, tenía sesenta años cumplidos. Entre 1939 y 1949 desarrolló su actividad en Bogotá, en un exilio no tan dorado como el de otros en los Estados Unidos. Por ello, no deja de ser sorprendente a sus 71 años tome la decisión de trasladarse a México en 1950, donde emprenderá la segunda etapa de su prolífica vida científica en América, hasta su muerte en 1966. Una carta, exquisita y sentida, enviada desde México el 15 de marzo de 1950 a su amigo el profesor salmantino Ricardo Espinosa Maeso, revela acaso el estado de ánimo de nuestro protagonista. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE

México, D.F. 15-III-[1]959
Sr. D. Ricardo Espinosa Maeso
Salamanca

Mi querido y siempre recordado amigo y compañero: Gracias mil por su delicadísimo e inapreciable envío del ejemplar de mi biografía del "Brocense" que ha tenido la bondad de dedicarme y que acaba de llegar a mis manos. Ese ejemplar fué dedicado a mi buena e inolvidable madre, de perdudable y sagrada memoria, y presumo que alguna explicable, pero dolorosa contingencia, le ha llevado a sus manos, para traerle finalmente a las mías. No podía haber encontrado ese libro más noble y respetuoso intermediario. Muchas, muchas gracias una y mil veces más. Y la encuadernación del ejemplar de referencia, es primorosa, tan bella como seria. No sabría decir a V- la profunda impresión que me ha producido su valiosísimo obsequio. Este último decenio ha sido para mí de prueba. Cuando había llegado a sentirme gratamente acogido en el ambiente "bogotano", por múltiples razones, que todas no son del caso, he tenido que truncar mi vida profesional... y comenzar de nuevo, con más nieve en el alma que en el cabello. ¡Qué le hemos de hacer! Lucho ahora por abrirme aquí camino, pero lucho con menos bríos y con menos ilusión que luché en Colombia al comenzar mi voluntario destierro. Hasta ahora he logrado trabajo en el Colegio de México y creo que hasta podré dar algún curso de Lingüística en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional mexicana, pero no me hago, ni me puedo hacer ilusiones. No se pueden repetir esfuerzos de cierta intensidad cuando se ha doblado la cumbre de la vida. Pero en fin, procuraré hacer cuanto pueda y lo mejor que pueda en la profesión que he ejercido en toda mi ya larga y ajetreada existencia. Cuando quiera y cuando pueda le agradeceré que me informe de su labor profesional y de ese querido e inolvidable ambiente universitario salmantino. Recibe un conmovido abrazo de tu viejo amigo y compañero Pedro Urbano González de la Calle.

P.S. a los compañeros de profesión que me recuerden, mi afectuoso saludo. Tuyo. G. de la C.

La carta refleja sin decirlo explícitamente penalidades económicas (no muy diferentes a las que sufrió también Agustín Millares Carlo durante su exilio en Argentina y México) y una constante referencia a la memoria y el olvido, desde el recuerdo indeleble de la madre, a quien fue dedicado el ejemplar que ahora recibe Pedro Urbano, publicado en el lejano años de 1923, hasta aquellos compañeros salmantinos "que me recuerden". En otro momento hemos escrito un artículo dedicado a la publicación de la literatura romana de F. Leo que Pedro Urbano tradujo en 1935, pero que no se apareció hasta 1950 en Bogotá. Conseguimos encontrar un ejemplar de este libro (del que no hay rastro en las bibliotecas de la propia Universidad Complutense) y encontramos en él la dedicatoria manuscrita a uno de esos compañeros de Salamanca. Comenzamos este blog parafraseando a Cicerón y ahora lo terminamos parafraseando a Platón: espero que mi trabajo sea, en parte, un fármaco contra este terrible olvido. FRANCISCO GARCÍA JURADO. H.L.G.E.