sábado, 20 de octubre de 2012

Revolución francesa y humanidades; viaje por Europa

Acaba de aparecer en "EVPHROSYNE, Revista de Filologia Clássica" (40, 2012, pp. 381-392) uno de mis trabajos, quizá por circunstancias, más viajeros. Se titula, "Revolución francesa y humanidades. La nueva consideración nacional de la literatura romana: de Wolf a Schöll" y constituye todo un ejercicio de historia cultural de los estudios clásicos en Europa. Por Francisco García Jurado. HLGE
El trabajo en cuestión estudia cómo pueden verse los efectos de la Revolución francesa y el cambio de mentalidades que conllevó en dos importantes obras dedicadas a la literatura romana. Este tabajo nació, casi sin sospecharlo, cuando di en un puesto de libros antiguos en Toulousse con los tomos de la Historia de la literatura romana de Schöll, publicados en la especial fecha de 1815, y poco después de que se celebrara el Congreso de Viena. Luego, al año siguiente, preparé un trabajo a partir de este libro y del programa de curso de F.A. Wolf, publicado tan sólo dos años antes de la Revolución Francesa, para un encuentro científico que se celebró en Versalles a cargo de Pablo Asencio y Chantal Grell. El tema versaba acerca de las imágenes de la Antigüedad durante la revolución francesa. Esto fue en junio de 2009, y me llevé algunas de las ideas básicas de este trabajo al Real Colegio Complutense, en Harvard, ya en julio de ese mismo año. El trabajo ha terminado publicándose en Lisboa, en la presigiosa revista que publica el departamento de Estudios clásicos de su universidad, y corregí las pruebas de imprensa este último mes de julio en la hermosa ciudad de Estocolmo (en la fotografía). Quiero terminar ofreciendo a mis lectores los primeros párrafos del trabajo, donde expongo cómo las humanidades son a menudo testigos y víctimas de los grandes avatares históricos:

"Los lectores de Stendhal y Goethe pueden apreciar cómo algunas de las obras más notables escritas por estos autores son, en buena medida, fruto de las consecuencias históricas acaecidas tras la Revolución francesa de 1789. Es el caso de La cartuja de Parma, donde Fabricio, el joven protagonista de la novela, queda tan admirado ante Napoleón a su paso por Milán, en 1796, que escapa después para combatir a las órdenes del propio Bonaparte en Waterloo. Por su parte, Goethe crea en su Hermann y Dorotea la singular figura de un héroe “burgués”, Hermann, quien, tras casarse con su amada, a la que conoció mientras ella huía con los suyos de las tierras ocupadas por los franceses, acude presuroso a combatir contra el invasor e intentar así restituir un mundo perdido acaso para siempre. Ambos autores son, al mismo tiempo, testigos de los profundos cambios que las humanidades clásicas sufren en el complejo paso que va desde la Ilustración al Romanticismo. El propio Stendhal constituye un buen testimonio de lo que ocurre con la enseñanza del latín en la sociedad de la restauración durante la primera mitad del siglo XIX, y en Goethe cabe admirar el nuevo uso burgués de los poemas de Homero, que ahora inspiran modernos héroes. Por tanto, literatura, revolución y humanidades constituyen una compleja relación que vamos a intentar estudiar aquí desde el punto de vista del nacimiento de un nuevo paradigma, el de la enseñanza de la historia de la literatura romana, no ya tanto como un conjunto de autores relevantes que escribieron en latín, sino como la expresión genuina de un pueblo particular, cuyo ejemplo servirá para la construcción de las literaturas modernas a lo largo del siglo XIX . La Revolución francesa y sus consecuencias napoleónicas contribuyeron decisivamente, sin pretenderlo, al éxito de este nuevo paradigma.


Las ideas se desarrollan en un mundo cambiante y en conflicto donde, a menudo, las circunstancias que rodean la actividad intelectual condicionan su desarrollo. Más allá de estos condicionamientos externos, las nuevas ideas surgen, asimismo, por oposición a otras precedentes. De esta manera, frente a los ideales universales y cosmopolitas de la Ilustración oficial, ya en el propio siglo XVIII se fue desarrollando una línea de pensamiento que defendía lo particular de cada pueblo. El historiador alemán Johann Gottfried Herder (1744-1803) es un buen exponente de este estado de cosas cuando pretende plantear la historia como una sucesión de civilizaciones y ve en la poesía popular las voces genuinas de épocas y pueblos concretos . Uno de los aspectos más susceptibles de analizarse a la nueva luz de lo nacional es la literatura, cuyo medio de expresión son las lenguas particulares. Frente a la mera historia literaria propia de la Ilustración, es muy discutible afirmar sin más que a cada literatura le corresponda una lengua, aunque los estudios sobre historia de las lenguas (literarias) a lo largo del siglo XVIII vayan a terminar favoreciendo el salto paulatino a la historia de las literaturas nacionales. Por tanto, lo que podría interpretarse como un hecho circunstancial, a saber, que una obra esté escrita en tal o cual lengua concreta, pasará a convertirse en un rasgo distintivo y definitorio, equivalente a hablar acerca de los diferentes pueblos como realidades diferenciales. La visión herderiana de la historia como una sucesión de diferentes civilizaciones va a suponer, en definitiva, un marco propicio para esta nueva comprensión de la literatura, histórica y nacional."

Francisco García Jurado

martes, 16 de octubre de 2012

El fraude de los grandes premios literarios

Sé que se trata de un tema manido y controvertido a más no poder. Los grandes premios literarios tienen mucho más que ver con las grandes maniobras de mercadotecnia que con la literatura, al margen de que las obras "premiadas" tengan calidad como tales obras y transciendan el fenómeno mediático más allá del tiempo. Todo esto parece una verdad obvia, pero hay que demostarla, claro está, con pruebas concretas. A este respecto, me ha gustado mucho el trabajo de una joven investigadora llamada Laura Arroyo, que ha analizado tres obras concretas galardonadas con el Premio Nadal en 2000, 2004 y 2009. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
Para empezar, no nos engañemos y comencemos a contar las cosas por el principio, por si todavía alguien no se había enterado. Los grandes premios literarios, como el PLANETA, no son más que derechos de autor pagados por anticipado y encubiertos bajo la forma de un premio literario. El autor, reconocido y, sobre todo, famoso por desenvolverse bien en el ámbito de los medios de comunicacón, es "invitado" a presentar una obra a un determinado concurso para, naturalmente, ganarlo en una convocatoria donde otros autores no invitados y menos conocidos también concurren. ¿Qué fin tiene la convocatoria de un premio que ya está concedido de antemano? El fin está claro: para la editorial supone un negocio redondo, pero también se reparten ciertas sobras para otros muchos. Estos "muchos" son los escritores desconocidos que tienen la oportunidad de que su obra llegue a manos de un buen informante, y de que pueda acabar siendo publicada en alguna de las filiares de la prestigiosa editorial. Ahí es donde se cuece una parte importante de la convocatoria, y probablemente uno de los aspectos más positivos de este tipo de premios ya dados de antemano. Laura Arroyo ha analizado tres obras galardonadas recientemente en el Premio Nadal, debidas a Lorenzo Silva (curiosamente, el Premio Planeta 2012), Antonio Soler y Maruja Torres. Todos ellos comparten el hecho de ser autores conocidos por un sector amplio del público, de forma que, obviamente, no se trata de desconocidos o jóvenes promesas. Esto podría suponer un suicidio para el premio. Del análisis detallado que hace la autora, la obra peor parada es la de Maruja Torres, que no deja de ser una "metaobra" (el palabro es mío) donde otros personajes ligados al Premio Nadal entran en juego, a manera de evocación, como Terenci Moix. La obra en cuestión ha jugado ya con la propia circunstancia que significa el premio. Sin embargo, Laura Arroyo deja ver cómo en el caso del Premio Nadal la calidad literaria no está reñida con los mecanismos mediáticos, aunque la propia convocatoria del Nadal se haya visto obligada a evolucionar desde sus primeros tiempos, cuando ganaron el certamen algunos autores como Carmen Laforet o Miguel Delibes, luego reconocidos como verdaderos escritores de raza. Hoy día, muy al contrario, el premio debe concederse a "valores seguros", no a desconocidos. Esta estrategida de crear un premio para promocionar un libro que supuestamente lo ha ganado, y hacer que los derechos de autor se conviertan en la cuantía de dicho premio, ha triunfado por doquier, de lo que dan testimonio los cientos de premios que organizan las mismas editoriales. No cabe juzgar tales prácticas como malas, simplemente estamos ante una situación donde todo vale para sobrevivir en un mundo editorial cada vez más comercializado y precario. Hay, además, un numero significativo de potenciales lectores que precisa de este tipo de estímulos comerciales para leer o, cuando menos, regalar un libro. Naturalmente, no todos los lectores han podido recibir la formación suficiente como para elegir o tener acceso al tantas veces recóndito mundo literario, ni tan siquiera acceder a lo poco que aparece en los suplementos culturales de los diarios nacionales, tantas veces influidos por intereses de empresa. Los españoles hemos aceptado que las relaciones "familiares" (como dirían los antiguos romanos, tan aficionados a ellas) sean las más fiables, de manera que es realmente difícil que una persona que no tenga los contactos oportunos, o que no haya invertido parte de su tiempo en crearlos, brille con luz propia. He sido testigo directo de las concesiones que se tendrían que haber hecho para que un libro propio apareciera mínimamente reseñado en un lugar de cierto alcance. Pensando sobre todo en los jóvenes, creo que lo oportuno es que pierdan cuanto antes la peligrosa ingenuidad y que sepan obrar en consecuencia. Por todo ello, me ha parecido muy interesante observar cómo Laura Arroyo desmonta desapasionadamente este mundo soterrado e ilusorio (Laura Arroyo, "El premio nadal en el siglo XXI. Estudio de tres ejemplos", Letras de Deusto vol. 40, nº 127, 2010, 253-270). FRANCISCO GARCÍA JURADO