lunes, 17 de septiembre de 2012

Viajes y literatura alrededor del mundo: entre antiguos y modernos

Hoy, 18 de septiembre de 2012, comienza el XXII SIMPOSIO NACIONAL DE ESTUDIOS CLÁSICOS ("Significación y Resignificación del Mundo Clásico Antiguo"), organizado por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) y la Asociación Argentina de Estudios Clásicos (AADEC). No he podido desplazarme hasta Tucumán (hace unos años sí pude hacerlo), pero gracias a la técnica hoy podré dar una videoconferencia sobre un tema apasionante: “Viajes y literatura alrededor del mundo: entre antiguos  y modernos”. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE

Para Mirta Estela Assis de Rojo y Alba Romano, infatigables viajeras e investigadoras.

Siempre que nos fuera posible deberíamos desarrollar de manera simultánea dos actividades felices: viajar leyendo o, por qué no, leer viajando. No son acciones tan independientes como algunos pudieran creer. Leer buenos libros ya es de por sí, ciertamente, una forma de viajar, pero la lectura cobra nuevos matices cuando hay, además, un viaje como telón de fondo. De manera recíproca, a menudo, leer mientras viajamos permite que nuestro viaje no sea un mero desplazamiento. Leer nos ayuda, en definitiva, a cobrar conciencia del viaje. Esto lo sabían bien los antiguos turistas, cuyas guías de viaje no era simplemente un medio de información, sino también una ocasión para leer textos literarios en acertadas evocaciones de aquello que visitaban. Cuando viajamos podemos leer dos tipos de obras: las que tienen que ver con el lugar al que viajamos (pensemos, por ejemplo, que vamos a Grecia acompañados de la "Descripción de Grecia" escrita por Pausanias) o aquellas que obedecen a razones caprichosas (¿por qué no leer a Borges en plena ruta de la seda?). En uno y otro caso, la literatura del siglo XX está repleta de autores que han leído, de manera más o menos motivada, a los autores grecolatinos en lugares curiosos, motivados o no. Hay un tipo de lecturas que restituye a los autores clásicos a sus lugares de origen. Recuerdo en este caso la exquisita obra de Gilbert Highet titulada "Poets in their landscape" (María José Barrios lo supo hallar en la librería Blackwells de Oxford), que recrea los paisajes italianos de los grandes poetas latinos (y me recuerdo en este momento sobre las gradas del teatro de Verona -en la fotografía- rememorando el pasaje donde Highet evoca precisamente este lugar). En otros casos, los autores clásicos se dispersan por geografías improbables y remotas. Es el caso de Aulo Gelio cuando queda afincado en la Argentina poética de Arturo Capdevila, o el Herodoto que viaja por China con el periodista Ryszard Kapuscinski, al igual que un ejemplar del mismo historiador griego acompaña al "Paciente inglés" en la novela de Michael Ondaatje. No me olvido de la lectura que en la noche cubana hace Lezama Lima de Suetonio. En Ginebra he evocado la lectura que un Borges adolescente hizo de la primera égloga de Virgilio, y en México he recordado la emotiva lectura que de Fedro hizo el incomparable Augusto Monterroso. Todo esto tiene un significado más oculto todavía: nuestra necesidad de sentirnos vivos y de que el recuerdo se convierta en un poderoso aliado de nuestra felicidad. FRANCISCO GARCÍA JURADO

domingo, 16 de septiembre de 2012

Bellas durmientes: la "Hipnofilia" como disfunción sexual y pasión literaria

El tema del vestido de la amada no es nuevo. He tenido la oportunidad de rastrearlo en la obra del poeta latino Sexto Propercio. No sólo el vestido, sino otros aspectos de la amada, en especial su sueño, componen esa gramática morbosa del deseo. Así pues, el placer que suscita la contemplación de una persona dormida ha sido tratado tanto por nuestros autores de la Antigüedad y como por otros autores modernos. Cuando este placer constituye una fuente de excitación, se denomina "Hipnofilia". No en vano, tanto Sexto Propercio como Marcel Proust practicaron, sin saberlo, esta costumbre tan singular. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
Hablamos de bellas durmientes, y es verdad, pero no se trata del inocente cuento que todos conocemos. La literatura, y también hoy día el cine, nos ofrecen buenos ejemplos de contemplación de bellas durmientes. Vamos a ver un ejemplo notable en la comparación del poeta Propercio y el novelista Marcel Proust. Propercio es un poeta latino muy cercano a nuestra sensibilidad moderna. Su amor y sus celos por Cintia, a pesar de los siglos que han pasado, están tan vivo como el primer día. Observemos con qué deleite contempla Propercio a su amada cuando duerme. Como no podía ser de otra manera, el poeta romano asocia esta contemplación a la figura mítica de Ariadna cuando queda tendida sobre la arena de la playa:
"Tal como quedó tendida, al alejarse la nave de Teseo languideciente, la Gnosia, en las desiertas playas, y tal como en su primer sueño la cefia Andrómeda se tendió libre ya de las duras rocas, y no menos cansada la bacante tras sus continuas danzas se abandonó desfallecida en el herboso Apídano, así me pareció Cintia respirar suave reposo apoyando su cabeza en vacilantes manos cuando yo arrastraba mis pasos ebrios por el abundante Baco y los criados agitaban las teas en la tarda noche. Aún no perdidos todos mis sentidos, intento acercármele apoyándome suavemente en su oprimido lecho; y aunque arrebatado por doble ardor me impulsaban de aquí Amor, de allí Líber, dioses crueles ambos, a acariciar su cuerpo colocando suavemente mi brazo bajo ella, y a dar besos y luchas con dispuesta mano, sin embargo no osaba turbar el reposo de mi amada temiendo los enojos de su probada crueldad;" (Prop. 1,3, 1-18 trad. de Hugo Bauzá en Alianza Editorial)
La representación de Ariadna dormida en Naxos, abandonada por Teseo, así como la de Ménades y ninfas vencidas por el sueño, es un tema propio del arte helenístico. Catulo hace una de las más importantes aproximaciones en su carmen 64. El hecho de que sea Dionisio quien encuentra a Ariadna dormida y que se enamore de ella ofrece perfecto un paradigma mitológico al amante cuando presencia el sueño de su amada. En este caso, debemos considerar que estamos ante una literatura de fuerte contenido iconográfico, presidida por las representaciones escultóricas de Ariadna dormida.
En la otra elegía donde Propercio trata del asunto de la amada dormida podemos ver que el planteamiento ahora es bien distinto, pues no se trata del amante ebrio que llega en medio de la noche, sino del amante celoso que acude a comprobar que su amada duerme sola:
"Era el alba y quise ver si ella descansaba sola Y Cintia estaba sola en su lecho. Me quedé atónito, nunca me pareció más hermosa, Ni siquiera cuando se vistió con purpúrea túnica E iba entonces a referir sus sueños a la casta Vesta A fin de que ni a ella ni a mí fueran dañinos: Tal me pareció recién liberada del sueño. ¡Ah, cuánto vale por sí misma la resplandeciente belleza!" (Prop. 2,29b, 1-8)
En la elegía se desarrollan varios aspectos interesantes, como la de la belleza de la amada dormida o su naturalidad al despertar, que no debemos perder de vista. La amada dormida pasa a releerse a través del tiempo adquiriendo otros valores. De hecho, cobra un importancia capital dentro de la estética prerrafaelita, como podemos ver en pinturas tan importantes como “Flaming June”, de Frederic Leighton (ca. 1895). Cabe también apreciar el desarrollo del tema en Paul Cesar Helleu, el pintor y grabador amigo de Proust, famoso por sus retratos femeninos, como el titulado “Joven en un diván”. Tales presupuestos mitológicos, literarios e iconográficos pueden ayudarnos a entender mejor las descripciones que hace Proust para describir el sueño de Albertine. Observamos que, como en Propercio, en el texto siguiente de La recherche aparece el asunto de la naturalidad de la durmiente:
"Por otra parte, no era sólo el mar al atardecer lo que vivía para mí en Albertina, sino a veces el mar dormido en la arena las noches de la luna. Porque a veces, cuando me levantaba para ir a buscar un libro al despacho de mi padre, mi amiga, que me había pedido permiso para echarse en la cama mientras tanto, estaba tan cansada por la larga excursión de la mañana y de la tarde, al aire libre, que, aunque yo hubiera pasado sólo un momento fuera de mi cuarto, al volver encontraba a Albertina dormida y no la despertaba. Tendida cuan larga era, en una actitud de una naturalidad que no se podía inventar, me parecía como un tallo florido que alguien dejara allí; (…)" (La prisionera, Traducción de Consuelo Bergés, Alianza Editorial, p. 73)
Cabría pensar, al igual que ocurre ante el cuadro de Leighton, en una suerte de mitología subliminar, si bien presenta los rasgos suficientes como para que podamos pensar en una figura mítica como Ariadna. Por lo demás, los deseos sexuales ante la amada dormida, que hemos encontrado en Propercio, se satisfacen en la Recherche sin necesidad de que ésta se despierte, al tiempo que sus extremidades se comparan con ramas inertes:
"A veces me hacía gustar un placer menos puro. Para ello no tenía necesidad de ningún movimiento, extendía mi pierna contra la suya, como una rama que se deja caer y a la que se imprime de cuando en cuando una ligera oscilación…" (La prisionera, p. 76 )
Y también asistimos al despertar de Albertine, la liberación del sueño, según Propercio:
"Pero a este placer de verla dormir, tan dulce como sentirla vivir, le ponía fin otro placer: el de verla despertarse. Era, en un grado más profundo y más misterioso, el placer mismo de que viviera en mi casa." (La prisionera, p. 77)
Pero cuando la amada es consciente de sus acciones durante la noche, y no un mero objeto inerte, aparece uno de los motivos más propiamente elegíacos, el del lamento del amado ante su puerta, o las ianuae querellae (Prop. 1,16), que representa ante todo el impedimento y la frustración: "para que yo, mi vida, deje de quejarme de ti, a tu puerta" (Prop. 1,8, 24) "Y no puedo descansar en las esquinas, mientras la luna está sedienta de amor, Ni suplicarte a través de la rendija de tu puerta." (Prop. 2,17, 15-16) El motivo, de una manera subliminar, pero reconocible tanto en la acción de quedar apostado y de llorar, aparece también en el texto de la Recherche:
"Volvía a apostarme ante su puerta, pero ya no se veía luz por la rendija. Albertina había apagado, se había acostado, y yo seguía allí quieto, esperando no sé qué oportunidad que no llegaba; y al cabo de mucho tiempo, muerto de frío, volvía a meterme bajo las mantas y me pasaba llorando todo el resto de la noche." (La prisionera, p. 119-120).
Francisco García Jurado