viernes, 30 de diciembre de 2011

Vidas cruzadas: Pedro Estala y Fray Vicente Navas

Hace unos días tuve la oportunidad de visitar en el Museo de Cádiz una interesante exposición titulada “El viaje andaluz de José I. Paz en Guerra”. Entre las personas que acompañaron al rey francés en su periplo por Andalucía, a finales del primer decenio del siglo XIX, estaba Pedro Estala, helenista y persona destacada de la Ilustración española de finales del siglo XVIII. En ese contexto también se inscribió la figura de Fray Vicente Navas, que moriría en Comayagua el mismo año en que José I llevaba a cabo su viaje. ¿Qué relación existe entre Pedro Estala y Fray Vicente Navas? Hay un dato concreto en cuya trascendencia llevo pensando durante estos días. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
La historia de los grandes sucesos suele venir acompañada de sombras personales, y a menudo pequeñas rencillas que se esconden tras decisiones aparentemente razonadas. Mientras estudio y profundizo en el significado que la obra de un ilustrado menor, Fray Vicente Navas, pudo tener en la España absolutista de Carlos IV, temeroso de los vientos revolucionarios que corrían por Francia desde 1789, tuve noticia, gracias a un libro de María Elena Arenas Cruz, de una censura negativa que Navas redactó contra la propuesta de un diario enciclopédico. Pedro Estala e Ignacio García Malo, ambos bibliotecarios, querían convertir la entonces incipiente historia literaria en un conocimiento práctico y moderno, ligado a los proyectos enciclopedistas provenientes de Francia. Todo esto ocurría en 1792, al tiempo que el propio Pedro Estala intentaba hacerse con un lugar propio en la Biblioteca de los Reales Estudios de San Isidro, gracias a la ayuda de su bibliotecario primero, Manuel de Miguel, y en detrimento del bibliotecario segundo, Cándido María Trigueros. Bajo el pseudónimo de Casto González Emeritense, Fray Vicente Navas publica igualmente ese mismo año de 1792 su Compendiaria Via in Graeciam y su Compendiaria Via in Latium, obras redactadas en latín que intentan transferir a España una materia que había nacido en las tierras septentrionales: la historia literaria de los autores griegos y romanos. Sus presupuestos, por lo que hemos podido deducir del texto que abre ambas obras, respondía perfectamente a los ideales absolutistas y a un uso concreto de la Antigüedad, el gusto neoclásico, que ponía en Horacio y Cicerón su ideal más excelso. Dos formas de concebir la historia literaria se enfrentaban, pues, en las figuras de Estala y de Vicente Navas: los modernos frente a los antiguos, y la novedosa enciclopedia frente a las antiguas configuraciones del saber heredadas de la filología de los siglos XVI a XVII. Navas aduce en su censura “que no espera desempeñen lo que ofrecen, y que aun quando fueran capaces de ello, convendría poner algunas limitaciones al plan de operaciones que han propuesto. 1ª ceñir la licencia que piden para recibir leer y extractar los impresos extrangeros a cierto genero de escritos, por el perjuicio que ve la universalidad podra resultar al Estado y a la Religion: y 2ª que en la noticia o extracto que den de las obras que vayan saliendo a luz asi fuera como dentro del reino no se metan a Censores.” Cabe adivinar en estas líneas el recelo de la tardía ilustración española siente ante la novedad de las ideas venidas de fuera, expresadas por uno de los exponentes más conservadores de ese pensamiento. El paso del tiempo sugiere que algo de esto pudo haber. Fray Vicente Navas, dominico, tuvo que regresar en 1793 hacia América para asumir las responsabilidad del obispado de Comayagua. Estala, que consiguió colmar sus ambiciones profesionales en los Reales Estudios de San Isidro, fue derivando hacia posiciones cada vez más liberales, cercano a personas como José Marchena. Así pues, se me ocurrió pensar, mientras recorría la exposición de Cádiz, cómo cada uno de estos pesonajes, Navas y Estala, vino a representar derroteros bien distintos de la historia de España: mientras uno recorría con José I una Andalucía que terminaría convirtiéndose en el imaginario de los románticos, el otro fallecía en la lejana Comayagua, en una América que ya hervía con las ideas de la independencia. FRANCISCO GARCÍA JURADO

lunes, 26 de diciembre de 2011

Textos imaginarios, según Marcel Schwob

Nos refiere Aulo Gelio que, según un antiguo gramático, hay una diferencia clara entre "decir mentira" y "mentir". La diferencia está en la intención del que habla. Podemos mentir sin querer, o mentir a sabiendas. Los Mimos que compone el escritor francés Marcel Schwob a finales del siglo XIX pretenden completar los propios Mimos del poeta Herodas. Sus textos acababan de aparecer bajo las arenas del desierto. Frente a los mimos reales, los de Schwob jugaron con la ambigüedad del que miente un poco, pero no del todo. Hoy escribe FRANCISCO GARCÍA JURADO, HLGE.
Marcel Schwob recreó a un poeta admirador de Teócrito, Herodas ("Herondas" para él), poco después de que se hubieran descubierto y editado sus Mimos: “El poeta Herondas, que vivía en la isla de Cos bajo el buen rey Ptolomeo, envió hacia mí una delicada sombra infernal a la que había amado en este mundo. Y mi habitación se llenó de mirra, y un ligero soplo heló mi pecho. Entonces mi corazón se pareció al corazón de los muertos: porque olvidé mi vida presente. La amorosa sombra sacó de entre los pliegues de su túnica un queso de Sicilia, una frágil cesta de higos, una pequeña ánfora de vino oscuro y una cigarra de oro. Inmediatamente tuve el deseo de escribir mimos y sentí un cosquilleo en la nariz de las cocinas de Agrigento y el perfume acre de los puestos de pescado en Siracusa. Por las blancas calles de la ciudad pasaron cocineros arremangados, y muchachas flautistas de sabrosos pechos, y alcahuetas de pronunciados pómulos, y traficantes de esclavos de mejillas hinchadas por el dinero. Por las praderas azuladas por la sombra se deslizaron pastores, silbando y llevando brillantes cañas de cera, y queseras coronadas con flores rojas. Pero la amorosa sombra no escuchó mis versos. Volvió la cabeza en la noche y sacudió de entre los pliegues de su túnica un espejo de oro, una trenza de asfódelos, adormideras maduras, y me dio uno de los juncos que crecen en las orillas del Leteo. Inmediatamente sentí el deseo de la sabiduría y del conocimiento de las cosas terrenales. Entonces vi en el espejo la temblorosa imagen transparente de las flautas y las copas y los altos sombreros y los frescos rostros de labios sinuosos, y se me apareció el sentido oscuro de los objetos. Luego me incliné sobre las adormideras, y mordí los asfódelos, y mi corazón se lavó de olvido, y mi alma cogió a la sombra de la mano para descender al Ténaro. La sombra lenta y delicada me fue conduciendo por la hierba negra de los infiernos, donde nuestros pies se teñían de las flores del azafrán. Y allí añoré las islas en el purpúreo mar, las arenosas playas sicilianas rayadas de cabelleras marinas y la luz blanca de sol. Y la amorosa sombra comprendió mi deseo. Tocó mis ojos con su mano tenebrosa y vi subir a Dafnis y a Cloe, hacia los campos de Lesbos. Y experimenté su dolor de probar en la noche terrestre la amargura de su segunda vida. Y la Buena Diosa dio la rama de laurel a Dafnis, y a Cloe el favor del mimbreral verde. Inmediatamente conocí la calma de las plantas y la dicha de los tallos inmóviles. Entonces envié al poeta Herondas unos mimos nuevos perfumados con el perfume de las mujeres de Cos y con el perfume de las pálidas flores del infierno y con el perfume de las hierbas suaves y salvajes de la tierra. Así lo quiso aquella delicada sombra infernal.” (Mimos, traducción de Elena del Amo, Madrid, Siruela, 1997, págs. 103-104) Los mimos que aparecen a continuación son composiciones ficticias cuya verosimilitud viene avalada por los subtítulos griegos. En este caso, se han señalado afinidades con Pierre Louÿs, que había urdido libros apócrifos de tema griego como Poesías de Meleagro y Las canciones de Bilitis, publicadas el mismo año que los Mimos. En total, se trata de veinte mimos, con títulos como “El cocinero”, “La falsa vendedora”, “La golondrina de madera”, etc. Junto a los mimos más cercanos a su modelo griego, Schwob no puede evitar desarrollar sus habituales ejercicios de sincretismo de fuentes y de conferir a algunas de las piezas un sesgo dramático: “Mimo XIII LAS TRES CARRERAS Las higueras han dejado caer sus higos y los olivos sus aceitunas, porque algo extraño ha ocurrido en la isla de Escira. Una muchacha huía, perseguida por un muchacho. Se había levantado el bajo de la túnica y se veía el borde de sus pantalones de gasa. Mientras corría dejó caer un espejito de plata. El muchacho recogió el espejo y se miró en él. Contempló sus ojos llenos de sabiduría, amó el juicio de éstos, cesó su persecución y se sentó en la arena. Y la muchacha comenzó de nuevo a huir, perseguida por un hombre en la fuerza de la edad. Había levantado el bajo de su túnica y sus muslos eran semejantes a la carne de un fruto. En su carrera, una manzana de oro rodó de su regazo. Y el que la perseguía cogió la manzana de oro, la escondió bajo la túnica, la adoró, cesó su persecución y se sentó en la arena. Y la muchacha siguió huyendo, pero sus pasos eran menos rápidos. Porque era perseguida por un vacilante anciano. Se había bajado la túnica, y sus tobillos estaban envueltos en un tejido de muchos colores. Pero mientras corría, ocurrió ese algo extraño, porque uno después de otro se desprendieron sus senos, y cayeron al suelo como nísperos maduros. El anciano olió los dos, y la muchacha, antes de lanzarse al río que atraviesa la isla de Escira, lanzó dos gritos de horror y de pesar.” (Mimos págs. 116-117) El mimo combina de manera genial y sutil el mito de Atalanta e Hipomenes con el mito de las tres edades del hombre, frecuentado en la pintura por autores tan esenciales como Velázquez o, ya más cercano en el tiempo a Schwob, el romántico Gaspar Friedrich. Con la imagen de su obra hemos abierto precisamente este blog. Francisco García Jurado