sábado, 29 de octubre de 2011

ENTRE FANTASMAS LATINOS

Nos encantan las historias de fantasmas, pero a menudo se nos escapan las mejores. Sin duda, la historia de fantasmas que más juego ha dado en la literatura es la que Plinio el Joven dejó escrita en el VII libro de sus cartas, concretamente la vigésimo séptima. Esta carta trata, precisamente, sobre la cuestión de la existencia de los fantasmas y responde a la curiosidad que el propio Plinio tiene por saber cuál es la naturaleza de estos seres sobrenaturales, es decir, si existen realmente o no son más que figuraciones creadas por nuestro propio miedo. El texto guarda muchos parecidos con otro de Luciano, pero también presenta diferencias significativas. FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
Plinio comienza su carta de esta manera:

"La falta de ocupaciones a mí me brinda la oportunidad de aprender y a ti la de enseñarme. De esta forma, me gustaría muchísimo saber si crees que los fantasmas existen y tienen forma propia, así como algún tipo de voluntad, o, al contrario, son sombras vacías e irreales que toman imagen por efecto de nuestro propio miedo (...)"

(Plinio. 7, 27, 1 trad. de García Jurado)

Al relatar la historia del fantasma, la carta adopta la estructura de un cuento, con el consiguiente reparto entre tiempos que representan el estado de cosas en el que se plantea la historia (“érase una vez...”) y la consiguiente irrupción de un héroe en escena (“entonces llegó...”). Leamos el principio de la historia:

"Había en Atenas una casa espaciosa y grande, pero tristemente célebre e insalubre. En el silencio de la noche se oía un ruido y, si prestabas atención, primero se escuchaba el estrépito de unas cadenas a lo lejos, y luego ya muy cerca: a continuación aparecía una imagen, un anciano consumido por la flacura y la podredumbre, de larga barba y cabello erizado; grilletes en los pies y cadenas en las manos que agitaba y sacudía. A consecuencia de esto, los que habitaban la casa pasaban en vela tristes y terribles noches a causa del temor; la enfermedad sobrevenía al insomnio y, al aumentar el miedo, la muerte, pues, aun en el espacio que separaba una noche de otra, si bien la imagen desaparecía, quedaba su memoria impresa en los ojos, de manera que el temor se prolongaba aún mas allá de aquello que lo causaba. Así pues, la casa quedó desierta y condenada a la soledad, dejada completamente a merced de aquel monstruo; no obstante se había puesto en venta, por si alguien, no enterado de tamaña calamidad, quisiera comprarla o tomarla en alquiler."

(Plinio. 7, 27, 5-6 trad. de García Jurado)

Así pues, una vez presentado con tanto dramatismo el planteamiento, se entra en el nudo y el desenlace del pequeño drama con la llegada de un filósofo que encarna la luz de la inteligencia:

"Llega a Atenas el filósofo Atenodoro, lee el cartel y una vez enterado del precio, como su baratura era sospechosa, le dan razón de todo lo que pregunta, y esto, lejos de disuadirle, le anima aún más a alquilar la casa. Una vez comienza a anochecer, ordena que se le extienda el lecho en la parte delantera, pide tablillas para escribir, un estilo y una luz; a todos los suyos les aleja enviándoles a la parte interior, y él mismo dispone su ánimo, ojos y mano al ejercicio de la escritura, para que no estuviera su mente desocupada y el miedo diera lugar a ruidos aparentes e irreales. Al principio, como en cualquier parte, tan sólo se percibe el silencio de la noche, pero después la sacudida de un hierro y el movimiento de unas cadenas: el filósofo no levanta los ojos, ni tampoco deja su estilo, sino que pone resueltamente su voluntad por delante de sus oídos. Después se incrementa el ruido, se va aproximando y ya se percibe en la puerta, ya dentro de la habitación. Vuelve la vista y reconoce al espectro que le habían descrito. Éste estaba allí de pie y hacía con el dedo una señal como llamándole. El filósofo, por su parte, le indica con su mano que espere un poco, y de nuevo se pone a trabajar con sus tablillas y estilo, pero el espectro hacía sonar sus cadenas para atraer su atención. Éste vuelve de nuevo la cabeza y ve que hace la misma seña, así que ya sin hacerle esperar coge el candil y le sigue. Iba el espectro con paso lento, como si le pesaran mucho las cadenas; después bajó al patio de la casa, y de repente, desvaneciéndose, abandona a su acompañante. El filósofo recoge hojas y hierbas y las coloca en el lugar donde ha sido abandonado a manera de señal. Al día siguiente acude a los magistrados y les aconseja que ordenen cavar en aquel sitio. Se encuentran huesos insertos en cadenas y enredados, que el cuerpo, putrefacto por efecto del tiempo y de la tierra, había dejado desnudos y descarnados junto a sus grilletes. Reunidos los huesos se entierran a costa del erario público. Después de esto la casa quedó al fin liberada del fantasma, una vez fueron enterrados sus restos convenientemente."
(Plinio. 7, 27, 7-11 trad. de García Jurado)

Como vemos, se trata del texto que da lugar al gran argumento de las historias de fantasmas: la incomunicación entre vivos y muertos. Son muchas la películas y series televisivas que hacen uso de un protagonista que rompe con esta barrera para, al fin, poder comprender qué quiere el difunto. En el caso del texto de Plinio ese héroe es un filósofo, siglos más tarde el personaje irá variando (estudiante, psiquiatra o simple médium). Las magníficas características narrativas del relato de Plinio harán que éste conozca una intensa relectura con el desarrollo de la literatura fantástica moderna, primeramente en la modalidad que conocemos como “gothic tale”, que nace en la Inglaterra de finales del siglo XVIII a causa de una serie de condiciones sociales e históricas determinadas y que después tendrá una decisiva impronta en la literatura romántica. Así las cosas, desde 1764, año en el que Horace Walpole publica el que se considera que es el primer relato gótico, El castillo de Otranto hasta 1820, cuando Charles Maturin ponga broche final al género como tal con su Melmoth el errabundo, la carta de Plinio se convierte en una pieza literaria que sirve de texto clave para construir los nuevos relatos de fantasmas. De la mano de estos autores, la carta de Plinio el Joven sobre los fantasmas se convierte, anacrónicamente, en el primer relato gótico de la historia literaria.

FRANCISCO GARCÍA JURADO
UNIVERSIDAD COMPLUTENSE

viernes, 28 de octubre de 2011

Entre la Ilustración y el Liberalismo. Los manuales de literatura griega y latina en España

Entre los días 23 a 25 de noviembre de 2011 se celebrarán en la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla de la Universidad Complutense de Madrid (Noviciado, 3 28015. Madrid) las JORNADAS DE INVESTIGACIÓN "HUMANIDADES CLÁSICAS E HISTORIA CULTURAL:
DE LA ILUSTRACIÓN AL LIBERALISMO", organizadas por el Grupo de Investigación UCM "Historiografía de la literatura grecolatina en España". Será una ocasión para poner en común los diferentes trabajos que terminará configurando la nueva historiografía de la literatura grecolatina en España que preparamos (prevista para 2013), y que se unirá a las ya publicadas sobre el siglo XIX y la Edad de Plata de la Cultura Española. Este es el resumen del trabajo que voy a presentar en ellas. FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE.

"Entre la Ilustración y el Liberalismo. Los manuales de literatura griega y latina en España"

Francisco García Jurado (UCM-HLGE)

Casi recién inaugurado el reinado de Carlos IV en España, el 9 de febrero de 1789 apareció en el Espíritu de los mejores diarios literarios que se publican en Europa un artículo anónimo titulado “De la literatura romana”, procedente de un diario de Dublín. Este discreto artículo constituye, probablemente, la primera historia de la literatura romana -concebida ya según la nueva categoría establecida por Wolf en Alemania (1787)- que se publica en España, y no se trata en ningún sentido un trabajo inocente. Afín a los ideales propios del despotismo ilustrado que inspiran esta publicación periódica española, es muy interesante observar cómo, al hablar de la “decadencia” de la literatura, se dice que “esta decadencia no puede atribuirse á la mutación del gobierno o al establecimiento del poder monárquico”. Como es sabido, pocos meses más tarde, el 14 de julio de ese mismo año de 1789, se produce la toma de la Bastilla en París, hecho que da comienzo a un cambio sin retorno en la Historia de Europa. En España, Carlos IV prosigue en parte los empeños reformistas de su predecesor, si bien ahora los modelos ideológicos van a decantarse más bien hacia autores italianos como L.A. Muratori. En este contexto, Fray Vicente Navas publica en 1792 bajo el pseudónimo de Casto González Emeritense su Compendiaria in Graeciam via y su Compendiaria in Latium via. Se trata de obras inspiradas en el paradigma de la bibliografía ilustrada y de la Historia critica Latinae linguae de G. Walchius, destinadas a una exquisita juventud de nobles ilustrados. Podemos decir que tales libros constituyen, “avant la lettre”, los primeros manuales de literatura griega y latina publicados en España, si dejamos de lado las obras publicadas en Italia por algunos jesuitas expulsos, como M. Aymerich. El cambio de siglo traerá consigo las guerras napoleónicas y la emergencia de un nuevo contexto para los estudios humanísticos, que abandonan su carácter universal para dar primacía a los gustos nacionales, especialmente alemanes e ingleses. No será hasta la muerte de Fernando VII, con la regencia de María Cristina y su obligado entendimiento con los liberarles moderados, cuando surjan en España las primeras formulaciones de historias nacionales de la literatura, en particular la española y la latina. A. Gil de Zárate publica en 1844 la compilación en cuatro pequeños tomos de su Manual de literatura española, y será su amigo A.M. Terradillos quien publique en 1846 el Manual histórico-crítico de la literatura latina. Semejantes libros ya no están escritos en latín ni destinados a los nobles ilustrados, sino a la formación de los nuevos ciudadanos. La inspiración de tales manuales, por lo demás, debe buscarse en el nuevo pensamiento romántico de F. Schlegel, y no en la erudición ilustrada del siglo anterior. Por todo ello, resulta, cuando menos, paradójico, que Alfredo Adolfo Camús compusiera en 1852 unas Litterarum Latinarum institutiones que merecieron el elogio de su colega Amador de los Ríos. Esta obra, que hemos tenido la suerte de redescubrir, regresa a los esquemas dieciochescos de la Historia critica Latinae linguae de G. Walchius y a la propia lengua latina como metalenguaje. Se trata de un curioso anacronismo académico e histórico. FRANCISCO GARCÍA JURADO

lunes, 24 de octubre de 2011

La fíbula de Preneste y los grados de verdad y falsedad

Hace unos días comenté que estaba trabajando en unas notas sobre la fíbula de Preneste para un volumen colectivo que se publicará en Oviedo acerca de los falsos y los falsarios. Mi intención, más bien humilde, no es otra que hacer una lectura historiográfica de los documentos que convirtieron la fíbula en un “hito” para la entonces incipiente disciplina que hoy conocemos como “Historia de la lengua latina”. FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
Tras varias semanas de lectura, una de las cosas que más me ha llamado la atención al repasar libros, reseñas y artículos sobre la fíbula es la obsesión por demostrar que es verdadera o falsa de una manera unívoca. A ello acuden argumentos de muy diverso tipo, tanto internos (lingüísticos, epigráficos…) como externos (propios de las ciencias experimentales), en incluso detectivescos, propios de la ciencia positiva del siglo XIX, como los de A. Ernest Gordon en su delicioso libro titulado The inscribed fibula Praenestina, University of California Press, 1975.
A mí no me interesa tanto el QUÉ como el CÓMO, es decir, la presentación científica de la fíbula en el contexto académico. Así pues, y en la línea historiográfica que he emprendido hace ya unos años, tengo el privilegio de leer estos días una de las primeras presentaciones escritas de la fíbula, precisamente la publicada por su “descubridor”, W. Helbig en una nota titulada “Sopra una fibula d’oro trovata presso Palestrina” (Mittheilungen des kaiserlich Deutschen archaeologisches Instituts. Roemische Abtheilung. Band II, 1887, pp. 37-39), a la que sigue otra nota del epigrafista F. Dümmler titulada “Iscrizione della fibula prenestina” (Mittheilungen des kaiserlich Deutschen archaeologisches Instituts. Roemische Abtheilung. Band II, 1887, pp. 40-43). Me llama especialmente la atención la segunda nota, donde Dümmler se propone demostrar que la inscripción de la fíbula es mucho más arcaica que la inscripción latina más antigua hasta entonces conocida, y que no es otra que la del vaso de Duenos, hallada en 1880. Asimismo, me llama la atención la cita que se hace de dos monografías: la muy conocida de A. Kirchhoff titulada Studien zur Geschichte des griechischen Alphabets, libro publicado inicialmente en 1863 y que en 1887 veía de nuevo la luz en su cuarta edición, y la monografía de H. Jordan titulada Beiträge zur Geschichte der Lateinischen Sprache (1879). Todo esto me ha confirmado, de momento, mi presupuesto de la clara conciencia que los autores tenían del nuevo marco histórico que dominaba la ciencia de aquel momento, y en el cual se apoyan decididamente para presentar la fíbula de Preneste como un documento excepcional. Por su parte, Helbig se encarga en su nota correspondiente de relacionar la fíbula con el tesoro Bernardini para asegurar su antigüedad.
Independientemente de que la fíbula sea o no verdadera, ambos autores orquestaron una fabulosa presentación académica para legitimar la pieza, tanto en lo que respecta a la antigüedad material de la fíbula como en lo relativo al carácter excepcional de su inscripción. Asimismo, incluyeron una reproducción que es la que luego pasó al propio CIL. De esa manera lo puramente facticio, es decir, la pieza en sí, considerada materialmente, como lo interpretativo, es decir, el carácter antiguo de la pieza y lo excepcional de la inscripción, quedan extraordinariamente representados en esta primera presentación escrita. Esto, vuelvo a repetir, era un requisito necesario para que la inscripción pasara a los anales de la historia de la lengua latina, al margen de la veracidad o falsedad del documento. FRANCISCO GARCÍA JURADO