martes, 20 de septiembre de 2011

Pederastia, o los secretos que se esconden tras lo público

Ahora que ya está a punto de aparecer en la librerías mi selección de cartas del Plinio el Joven, autor que vivió durante la segunda mitad del siglo I de nuestra era, y quizá más conocido como sobrino del naturalista Plinio el Viejo, veo que tales cartas tienen que ver con circunstancias y reflexiones que no son ajenas a nuestra actualidad. La pederastia es un complejo fenómeno que ya encontramos en la propia paideia griega, como nos ilustran los textos de Platón. Pero hay autores posteriores de la propia Antigüedad que la rechazan y procuran evitarla, como es el caso de Plinio en la carta 3 de su libro tercero. El arma para evitarla es conocer bien al preceptor, y la confidencialidad de quien nos informa sobre las costumbres de una escuela. La reflexión que hace es de calado y ofrezco aquí una primera versión. Por Francisco García Jurado HLGE


La carta que vamos a leer en parte es la que Plinio envía a la hija de un admirado amigo, Cornelia Hispula. Esta dama de la alta sociedad romana debe enviar a su hijo a una escuela para continuar la formación iniciada en casa. Plinio le recomienda un maestro que no sólo muestra probados conocimientos en retórica, sino una moral intachable en lo que respecta al trato púdico y casto con sus discípulos:



"Debido al sentimiento, no sé si más de admiración o de amor, que he tenido hacia tu padre por su excelsa gravedad y santidad, y por la dilección que siento especialmente hacia ti debido al recuerdo de aquél y a tu propia honra, es necesario que desee y me esfuerce en todo cuanto esté en mi mano para que tu propio hijo crezca a la imagen y semejanza de su abuelo. Ciertamente me inclino por el abuelo materno, aunque a ese niño también le ha tocado en suerte un abuelo paterno preclaro y probado, así como un padre y un tío paterno notables por su ilustre gloria. Así pues, crecerá a la imagen y semejanza de todos sus antepasados si se le inculcan honestas artes, pero resulta de suma importancia de quién va a recibir tales enseñanzas. Hasta el momento, la consideración de su tierna edad lo ha mantenido junto a ti, y ha tenido preceptores en casa, donde la ocasión para los desvíos es mínima o incluso inexistente. Pero ya es necesario que realice sus estudios fuera de casa, y ya hay que buscar un rétor latino de cuya escuela sea patente la severidad, el pudor y, sobre todo, la castidad. En efecto, a nuestro adolescente lo adorna, junto con el resto de dotes de su naturaleza y fortuna, una excepcional belleza física; por ello en este momento crítico de su edad no hay que buscar para él tan sólo a un preceptor, sino alguien que lo cuide y también lo dirija. Así pues, considero que puedo recomendarte a Julio Genitor. Se trata de una persona querida por mí; sin embargo, el amor que me merece no entorpece mi juicio, pues ese amor es precisamente fruto de tal juicio. Se trata de un varón sin tacha y serio, quizá un poco más áspero y severo de lo que se acostumbra en estos tiempos licenciosos. Puedes dar crédito a muchos sobre la calidad de su elocuencia, pues la capacidad de hablar al punto se aprecia abierta y públicamente; sin embargo la vida de los hombres guarda profundos escondrijos y grandes guaridas. De esto has de tenerme a mí como garante de Genitor. (...)"



Llama la atención en esta carta la frase penúltima, aquella donde Plinio nos dice que la vida de los hombres esconde profundos escondrijos y recovecos. Es una frase que llamó significativamente la atención del escritor Francisco Ayala, aunque ya en clave de máxima, es decir, descontextualizada. En ella se reconoce que una persona puede esconder privadamente oscuros secretos, y que es difícil a menudo conocerlos, a no ser que un amigo nos prevenga. Lo que todos conocen sobre alguien, su reconocimiento público, se convierte en una información menos valiosa si la comparamos con este tipo de confidencias. De hecho, incluso hoy día circulan rumores y noticias privadas sobre personajes muy conocidos que provienen de supuestas fuentes confidenciales. Plinio expresa perfectamente el valor de esta confidencialidad, y trata de hacerla valer para que el joven y bello adolescente no sea víctima de una de esas paradojas que se dan entre lo privado y lo público. FRANCISCO GARCÍA JURADO

domingo, 18 de septiembre de 2011

Propaganda y despotismo ilustrado: el Salustio de Ibarra

"La conjuracion de Catilina y la Guerra de Iugurta por Cayo Salustio Crispo", impreso en Madrid por Joachin Ibarra, Impresor de Camara del Rei Nuestro Señor, en 1772, es una traduccion atribuida al Infante D. Gabriel Antonio de Borbón y revisada por Francisco Pérez Bayer, su preceptor. Considerado con toda razón como el mejor libro impreso en la España del siglo XVIII, esta traducción de las dos obras que se han conservado completas del historiador latino Salustio, La conjuración de Catilina y Guerra de Yugurta, responde a lo que podemos considerar como una obra hecha en equipo con un consciente fin político y propagandístico. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
El libro, de hecho, representa las nuevas ideas sobre la enseñanza auspiciadas por Gregorio Mayáns tras la expulsión de los jesuitas de los dominios españoles en 1767. De esta forma, el infante aparece como beneficiario ejemplar de los nuevos principios educativos, en particular los relativos a la enseñanza del latín, que el propio Mayáns había plasmado en obras como su Idea de la gramática de la lengua latina (1767). Así las cosas, este Salustio responde a la cuidadosa creación de un personaje, el de un infante humanista que encarna lo mejor de la educación y la Ilustración carolina. Ya en el prólogo, sin firma alguna, don Gabriel escribe en primera persona acerca de sus intenciones de reforma del buen gusto literario en España para luego referirse, también de manera implícita, a su preceptor, el polígrafo Francisco Pérez Bayer, que escribió para él un tratado sobre las letras fenicias, incluido a manera de apéndice dentro de la misma obra. El deslinde entre el personaje del infante y el de la persona de carne y hueso es cuestión compleja, pues al menos tres personas han intervenido directamente en esta empresa editorial: además del propio infante don Gabriel como traductor, está su preceptor, Pérez Bayer, en calidad de supervisor del texto y autor del estudio ya referido, y el impresor Joaquín Ibarra, artífice de la magnífica edición que es gloria de la imprenta española. No en vano, los mejores artistas españoles de la época trabajaban para sus proyectos editoriales e intervinieron en la creación de las láminas y cabeceras, especialmente Antonio Carnicero, Manuel Monfort y Asensi, Juan de la Cruz o Mariano Salvador Maella; no menos notables fueron los cuatro grabadores que dieron a la luz las estampaciones: Salvador Carmona, José Joaquín Fabregat, José Asensio y Joaquín Ballester. Acorde con la calidad de las ilustraciones, cada página de esta obra supone un pequeño prodigio tipográfico, con el texto castellano en cursiva y, debajo de él, el texto latino a dos columnas y en letra redonda. El tercer elemento lo constituyen las notas eruditas, igualmente importantes para comprobar la excepcional erudición manejada. Así pues, esta labor conjunta supuso una ingente inversión económica, como puede comprobarse en los numerosos pagos registrados, y convirtió el libro en una verdadera obra de arte difundida entre las personas más notables de Europa y hasta de América, pues llegó a las mismas manos de Benjamin Franklin. Que la obra tipográfica más importante y bella de aquel siglo esté dedicada a un historiador latino no es un hecho casual. Precisamente, la restauración del buen gusto literario se hace con un doble punto de referencia: los clásicos grecolatinos y los mejores autores españoles del siglo XVI, que también son traductores de los primeros, como es el caso de Fray Luis de León, traductor de Horacio y Virgilio. De esta forma, el infante traduce a Salustio a la manera de aquellos autores españoles del Siglo de Oro, con el empeño decidido de pasar a la posteridad gracias a una gran obra, y atiende a las propias enseñanzas del historiador latino, en especial cuando éste nos habla de los afanes humanos al comienzo de su biografía sobre Catilina, que reproducimos aquí como colofón en la propia versión del infante: “Justa cosa es que los hombres, que desean aventajarse a los demas vivientes, procuren con el mayor empeño no pasar la vida en silencio como las bestias, a quienes naturaleza criò inclinadas a la tierra y siervas de su vientre. Nuestro vigor y facultades consisten todas en el animo y el cuerpo: de este usamos mas para el servicio, de aquel nos valemos para el mando: en lo uno somos iguales a los Dioses, en lo otro a los brutos.”

FRANCISCO GARCÍA JURADO

Bibliografía citada

María Luisa López Vidriero, “Traducción y tramoya: el Salustio de don Gabriel de Castilla”, Reales Sitios. Revista del Patrimonio Nacional. Año XXIII, 129, 1996, 41-53
Juan Martínez Cuesta, Don Gabriel de Borbón y Sajonia. Mecenas ilustrado en la España de Carlos III, Valencia: Pretextos ; Ronda (Málaga): Real Maestranza de Caballeria de Ronda, 2003
Antonio Mestre, Perfil biográfico de Don Gregorio Mayáns y Siscar, Valencia, Ayuntamiento de Oliva, 1981
Juan B. Olaechea, El infante Don Gabriel y el impresor Ibarra en la obra cumbre del Salustio, Madrid, Arbor, 1997