jueves, 28 de febrero de 2013

Dos evocaciones de Virgilio en la literatura modena: H. Broch y S. Heaney

Creo que los lectores habituales de este blog, algunos amigos o mis alumnos (que a menudo terminan en la segunda categoría) ya saben de la pasión que siento por las evocaciones literarias de los autores antiguos en las letras modernas. Hoy vamos acercarnos a dos evocaciones muy concretas. Una de ellas ya es todo un clásico del siglo XX (me refiero a la del escritor Hermann Broch). La segunda, sin embargo, ha sido escrita a comienzos del siglo XXI y se debe a Seamus Heaney. En ambas aparece la figura de Virgilio, el "mito del autor", como alguien quiso llamarlo. La ilustración nos traslada de manera imaginaria a la conocida como "tumba de Virgilio", en las cercanías de Nápoles. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO


Virgilio, ya recreado en la literatura latina por alguno de sus amigos poetas, como Horacio, ha nutrido con su figura diversas imágenes literarias. La muerte de Virgilio (1958), del autor austríaco Hermann Broch (1886-1951), es, probablemente, la referencia contemporánea de mayor calado con que contamos para el poeta. Impropiamente llamada histórica, esta novela de carácter filosófico, imbuida por el orfismo (de hecho, el pasaje de la bajada a los infiernos tendrá un papel crucial) nos presenta en sus primeras páginas a un Virgilio que vuelve de Atenas por mandato de Augusto y desembarca en Bríndisi, ya desencantado de lo vivido y capaz de apreciar a simple vista cómo son realmente esos latinos que ha cantado en sus versos. El cofre donde guarda su Eneida inconclusa (nótese la presencia física de la obra dentro de la ficción) le acompaña en el triste desplazamiento por las calles del puerto, camino de palacio:

"(...) Así yacía él en ese lecho, él, el poeta de la Eneida, él, Publio Virgilio Marón; en ese lecho yacía con amenguada conciencia, casi avergonzado por su desamparo, casi exasperado por ese destino, y miraba fijamente la nacarada redondez de la bóveda celeste: pero ¿por qué había cedido a la insistencia de Augusto?, ¿por qué se había alejado de Atenas? Ahora se había desvanecido la esperanza de que el sagrado y gozoso cielo de Homero favoreciera, propicio, la terminación de la Eneida; se había desvanecido cualquier esperanza de la inconmensurable novedad que hubiera debido surgir, la esperanza de una existencia filosófica y científica, alejada del arte y de la poesía, en la ciudad de Platón; se había desvanecido la esperanza de poder pisar jamás la tierra jónica: ¡oh, había desaparecido la esperanza del milagro, del conocimiento y en la salvación por el conocimiento! ¿Por qué había renunciado a ella? ¿Voluntariamente? ¡No! Había sido casi una orden de las fuerzas ineludibles de la vida, de aquellas indeclinables fuerzas del destino que nunca desaparecen completamente, aunque por momentos se ocultan en lo infraterreno, en lo invisible, en lo inaudible, pero inquebrantablemente presentes como amenaza inexorable de las potencias a las que nunca es posible substraerse, a las que siempre hay que someterse: era el destino. Él se había dejado llevar por el destino y el destino lo llevaba al final. ¿No había sido siempre ésta la forma de su vida? ¿Había vivido él alguna vez de otro modo? ¿Habían significado para él otra cosa, tal vez, la nacarada concha del cielo, el mar primaveral, el cantar de las montañas y ese cantar doloroso en su pecho, la voz de la flauta del dios, otra cosa distinta de un lance que, como un vaso de las esferas, le acogería pronto para llevarle al infinito? Campesino era por su nacimiento; un campesino que ama la paz del ser terrenal; un campesino a quien hubiera convenido una vida simple y afincada en la comunidad del terruño; un campesino a quien, de acuerdo con su origen, hubiera correspondido poder quedarse, deber quedarse y que, de acuerdo con un destino más alto, no había abandonado la patria, pero tampoco había sido dejado en ella; (...)" (Hermann Broch, La muerte de Virgilio, versión de J. M. Ripalda sobre traducción de A. Gregori, Madrid, Alianza, 1995, pp.10-11)

El texto deja intuir el conocido verso segundo del libro primero de la Eneida que, por lo demás, aparece citado parcialmente al comienzo de la novela: "... fato profugus...". El destino inexorable de Eneas ahora cae sobre el propio poeta, de acuerdo con esa singular peripecia literaria que consiste en involucrar al poeta en su propia ficción. Broch utiliza la hermenéutica para indagar en las razones de Virgilio para destruir su obra (como luego veremos, Borges recurre a deducciones detectivescas). Hermann Broch indaga desde dentro de su propia circunstancia vital acerca de las razones por las que Virgilio quiso quemar su Eneida al margen de los criterios positivistas que han aportado tradicionalmente las Vitae Vergilianae, como ha estudiado el profesor José Luis Vidal .
El mago de la Edad Media terminó recuperando su figura de poeta para servir de guía a Dante hasta su llegada al paraíso. Este retrato dantesco será desde entonces determinante para entender la idea que de Virgilio tenemos como persona. Borges prestó especial atención a esa recreación personal que hace Dante del poeta latino en sus Nueve ensayos dantescos, de la que destacó, sobre todo, el detalle psicológico, por encima de cualquier alegoría. Son muy ricas y variadas las actitudes que los autores modernos adoptan ante las figuras de los poetas de la Antigüedad: asunción de su voz, diálogo o recreación en tercera persona. La novela de H. Broch como uno de los exponentes más significativos de la recreación biográfica interiorizada. Mucho más recientemente la advocación de S. Heaney, que nos ofrece el primer Virgilio del siglo XXI, en calidad de poeta y maestro. Lo hace en su poema titulado Égloga del valle del Bann, donde aflora tanto en forma de cita inicial como de evocación la mesiánica égloga IV (Sicelides Musae, paulo maiora canamus) y el poeta moderno mantiene un bucólico diálogo con el antiguo vate:

“POETA

Musas del valle del Bann, dadnos una canción que merezca la pena,
Algo que, con las palabras He aquí que, o En aquel tiempo,
Se alce como un telón
Ayudadme a complacer a Virgilio, mi maestrillo,
Y a la niña que nacerá. Acaso, cielos, se cante
En tiempos mejores para ella y su generación (...)”

(Seamus Heaney, Luz Eléctrica / Electric Light. Traducción, prólogo y notas de Dámaso López García, Madrid, Visor, 2003)





Una y otra lectura tienen, además, un profundo alcance político del que en otra ocasión podremos hablar. FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE

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