sábado, 13 de noviembre de 2010

"HUMANIDADES EN GUERRA". X SEMANA DE LA CIENCIA

El próximo martes 16 de noviembre de 2010, en la Residencia de Estudiantes de Madrid, celebramos una nueva actividad relacionada con nuestros estudios historiográficos. Se trata de "Humanidades en guerra (1936-1939)", que realizamos en colaboración con el Grupo de investigación "La herencia textual grecolatina" del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Quisiéramos ofrecer aquí el texto inicial del precioso programa de mano que se ha preparado para regalar a los asistententes. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE

HUMANIDADES EN GUERRA (1936-1939)

Solemos relacionar la cultura y las humanidades con los tiempos de paz, pero la guerra, a pesar de la barbarie que conlleva, también está presente en una de las actividades más nobles del ser humano. Para empezar, el estudio de la turbulenta historia de la Roma antigua puede explicarnos por qué a ciertas guerras las llamamos “civiles”. Precisamente, durante una moderna guerra civil, la del año 36, unos cuantos profesores e investigadores intentaron proseguir con sus estudios, alternando a menudo los libros con las trincheras. El intercambio epistolar entre los especialistas del Centro de Estudios Históricos muestra perfectamente el denodado intento de dar continuidad a revistas como Emérita, a pesar de la falta de papel y del forzoso traslado a Valencia. Asimismo, profesores de la talla de Pedro Urbano Gonzalez de la Calle o Millares Carlo vieron truncados sus proyectos de trabajo, como el manual de literatura romana que el primero tradujo hacia 1935, pero que no aparecerá publicado hasta 1950, ya en Bogotá y desde la nostalgia de una España detenida en el tiempo. Mientras tanto, en aquella España, la continuidad/discontinuidad de instituciones y publicaciones se vio sometida irremediablemente a la nueva realidad política. Una crónica lapidaria de tales circunstancias no la ofrecen las nuevas inscripciones latinas inspiradas en poetas como Virgilio, quien, no en vano, había hablado también de las guerras fatricidas:
«Tu potes unanimos armare...». («Tú puedes desencadenar una guerra entre hermanos muy unidos/ y llevar el odio a sus casas; tú puedes introducir en sus moradas/ heridas de sangre y antorchas funerarias; tienes mil motivos / y mil artimañas para hacer el mal...»).
FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE

jueves, 11 de noviembre de 2010

LAS REPRODUCCIONES EN MINIATURA DE LOS FRISOS DEL PARTENÓN


La reproducción de las obras de arte tiene su propia historia, y a menudo algunas de estas reproducciones pasan a ser también piezas de los mismos museos. Esto ocurre con las reproducciones de los frisos del Partenón que llevó a cabo John Henning. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE

El escultor escocés John Henning (1771-1851) creó una serie de reproducciones ideales de las escenas de los frisos del Partenón de Atenas. Debido al estado fragmentario de los frisos, el autor incluyó algunas adiciones y restauraciones de su propia cosecha. Los moldes de estas creaciones también se conservan en el Museo Británico desde 1938, es decir, en el mismo edificio que alberga los frisos originales. De todos es sabido que estos frisos llegaron, junto con la esculturas principales del templo, al Museo Británico, donde se construyó una sala con las medidas adecuadas para su exposición. Los pequeños moldes recuerdan mucho los “intaglios” de esculturas clásicas que los viajeros del Grand Tour adquirían en Italia. Estos “intaglios” constituyen los precedentes de las postales que hoy día compramos como recuerdo de nuestra visita a los museos y galerías de arte. La gran diferencia está en que los moldes de los frisos reproducen unas obras que no se van a visitar al sur de Europa, pues son ellas mismas las que han hecho el viaje hasta Londres desde Grecia.
El British Museum tiene en línea un ficha dedicada a estas piezas:
http://www.britishmuseum.org/research/search_the_collection_database/search_object_details.aspx?objectid=447937&partid=1&output=People%2f!!%2fOR%2f!!%2f121420%2f!%2f121420-2-23%2f!%2fAfter+John+Henning%2f!%2f%2f!!%2f%2f!!!%2f&orig=%2fresearch%2fsearch_the_collection_database%2fadvanced_search.aspx&currentPage=1&numpages=10

lunes, 8 de noviembre de 2010

LOS SUCESORES DEL EMPERADOR AUGUSTO. SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE

La Historia termina siendo, a fin de cuentas, Historiografía, es decir, relato de la Historia, y los textos que la divulgan a menudo resultan para los investigadores verdaderas pruebas de fuego. A mí, particularmente, este tipo de textos divulgativos me ha parecido siempre un apasionante reto, pues permite llegar a muchos más lectores. Este es el caso del texto con el que continuamos hoy, precisamente la conclusión del tema que emprendimos la semana pasada, el de la problemática sucesión del emperador Augusto. Hoy nos dedicamos a la frustrada sucesión de los prometedores hijos de Agripa y a quien terminó siendo el sucesor, Tiberio. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE

Los hijos de Agripa

Si bien no podemos decir que Agripa fuera exactamente un sucesor, resulta innegable que fue una persona muy cercana a Augusto, y estrechamente ligada a sus planes políticos. Tácito (Anales I 3) define a Marco Agripa como hombre “de origen humilde pero buen soldado y compañero de su victoria”. Augusto le dio el consulado dos años seguidos, “haciéndolo su yerno tras la muerte de Marcelo.” Del 20 al 12 a.C., fecha de su muerte, desempeñó con Augusto una verdadera corregencia. Es más, algunos historiadores modernos han hablado, incluso, de doble principado al referirse a la asociación de Agripa y Augusto. Agripa se casó con Julia, la hija de Augusto y viuda de Marcelo, el año 21 a.C., y el 17 a.C. el emperador adoptó a los hijos de éstos, sus nietos Gayo y Lucio. Dice Tácito (Anales I, 3): “a Gayo y Lucio, hijos de Agripa, los había hecho entrar en la familia de los Césares; su nombramiento como Príncipes de la Juventud cuando aún no habían dejado la pretexta infantil y su designación para el consulado, los había deseado ardientemente, si bien fingió no quererlos.” (trad. de J. L. Moralejo) Todo apuntaba, pues, a que la sucesión iba encaminada hacia los hijos de Agripa, circunstancia que no favorecía a sus hijastros Tiberio y Druso, los hijos de Livia, la segunda esposa de Agusto. La muerte de los dos primeros se produjo en circunstancias un tanto inciertas. Tácito no descarta que Livia tramara tales muertes. Mucho se ha inquirido e incluso fabulado acerca de la intervención de Livia en el curso de los acontecimientos. Al margen de lo que ésta pudiera hacer, la suerte sucesoria se iba decantando favorablemente a favor de sus hijos. El caso es que tales muertes frustraron una vez más los planes sucesorios de Augusto. Dice Suetonio en la “Vida de Augusto” (Aug. 65 trad. de V. Picón): “Pero, cuando ya vivía alegre y confiado en su descendencia y en la disciplina de su casa, la Fortuna le abandonó. Confinó a las dos Julias, su hija y su nieta, por haberse mancillado con todo tipo de oprobios; perdió a Lucio en Marseña el año 2 d.C. y a Gayo en Licia el año 4 d.C. Adoptó en el Foro al mismo tiempo a su tercer nieto Agripa y a su hijastro Tiberio...”. Sin embargo, el carácter degenerado de Agripa obligó a Augusto a desterrarlo a Sorrento. Todas estas desgracias y desavenencias hicieron que el emperador se aplicara para sí los versos que Héctor recrimina a Paris en la Ilíada (III, 40): “Ojalá hubiera permanecido célibe y hubiera muerto sin descendencia” (trad. de Vicente Picón).

Tiberio

Tiberio era, como hemos dicho, el hijastro de Augusto e hijo de su segunda mujer, Livia. Por línea paterna pertenecía a la familia Claudia. El historiador Veleyo Patérculo recuerda en su Historia Romana (II, 75) cómo, mucho tiempo antes, Livia y su pequeño Tiberio habían tenido que huir de las tropas de quien luego acabaría siendo su esposo y padre adoptivo, respectivamente. Tácito nos recuerda (Anales I 3) que tanto a Tiberio como a su hermano Druso el propio Augusto les distinguió con el título de imperator cuando todavía estaban vivos los restantes miembros de su familia. Sin embargo, los acontecimientos se sucedieron sin tregua, pues Druso murió el año 9 a.C. y Agripa tres años antes. Tras quedar viuda Julia, Augusto hace que Tiberio se case con ella, si bien este hecho no parece que fuera encaminado todavía a señalar a Tiberio como su sucesor. No fue, sin embargo, hasta la muerte de Lucio y Gayo cuando Augusto pensó decididamente en Tiberio. Así las cosas, el año 13 d.C. se le invistió con poderes semejantes a los de Augusto, pues recibió el imperium proconsular y la potestad tribunicia. El momento de la sucesión ahora era ya inminente, y esta vez todo se produjo como estaba planeado. Dice Suetonio (Aug. 98): “habiéndose agravado su enfermedad durante el viaje de vuelta, por fin cayó en cama en Nola, y, haciendo volver a Tiberio del viaje, lo retuvo durante mucho tiempo en una audiencia secreta, y después ya no se preocupó de ningún asunto de importancia.” (trad. de V. Picón).

El problema irresuelto de la sucesión

Cuando Augusto murió el 14 d.C. se produjo la transmisión de poder a Tiberio y comenzó una nueva página en la historia del principado. Montesquieu la describe de manera gráfica: “Lo mismo que se ve a un río minar lentamente y sin ruido los diques que se le oponen, y, por último, derribarlos en un momento e invadir los campos que aquéllos resguardaban, así el poder soberano obró insensiblemente bajo Augusto, y se desbordó con violencia en tiempo de Tiberio”. El principado heredó de Augusto el problema de la sucesión, pues la fórmula sucesoria aplicada por éste no fue válida para los casos futuros. De esta manera, la cuestión sucesoria de los emperadores continuó siendo un problema, y hoy día se considera como una de las características definitorias del propio principado.


FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE