jueves, 10 de junio de 2010

HOMERO NO ES HOMER SIMPSON


Hace unos días María José y yo asistimos a la presentación de la nueva versión de la Iliada de Homero que tras muchos años de esfuerzo y buen hacer ha terminado nuestro amigo Óscar Martínez García, experto conocedor de la historia de la traducción de Homero en España. El acto de presentación fue espléndido, amenizado por la lectura de algunos pasajes de la obra. Óscar nos contó que le habían llamado el día anterior para participar en un programa de radio, donde debía hablar de su versión de Homero. Hasta aquí todo nos pareció normal, esperable. Lo más sorprendente, al menos para mí, fue que este programa estaba dedicado a lo que hoy se llama tristemente “cultura friki”. Homero estaba siendo suplantado por Homer Simpson. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE.

La sociedad moderna, en perfecta connivencia con los medios de comunicación, ha desarrollado una suerte de erudición superficial e inútil que venimos en conocer como “cultura friki”, variante en buena medida coincidente con la estética pop que se caracteriza por su empeño en suplantar aquello que durante siglos hemos llamado la “Cultura” con mayúscula. La cultura friki convierte ciertos iconos populares, especialmente televisivos, en referentes supuestamente universales. Si para la mitología griega el paradigma del maestro y tutor pudo ser el centauro Quirón, hoy lo es Yoda. Si el complejo cosmos de los dioses y héroes mitológicos de Grecia encarnaron las pasiones y sentimientos que nos permitieron comprender el mundo, hoy pretenden desempeñar esta función los personajes de la Guerra de las Galaxias o los Simpsons. Hoy día contamos con muchos “eruditos” en estos conocimientos tan vanos como populares. En todo esto pensé cuando Óscar nos contó la que para mí no deja de ser una triste anécdota. Que una persona que ha traducido la gran obra épica de Homero atraiga la atención de los frikis permite que entendamos acaso mejor por qué el creador de Homer Simpsom no lo bautizó así en vano. Al igual que pudo ser el Ulises de Joyce, el Homer que aparece en la televisión en un antihéroe, y su nombre ha logrado que en el buscador google el nombre del antiguo poeta palidezca. De la misma manera, en el lugar donde se celebraba la presentación del libro, la FNAC de Callao, los autores clásicos grecolatinos ocupan ahora tan sólo un ridículo estante a la altura de los pies, al final absoluto de la larga sección de los autores extranjeros. Eso sí, mucha basura llamada literaria se encarama sobre los estantes de novedades tan orgullosa como pasajera. Esto es otra de las características más inherentes de lo friki, a saber, la ausencia de jerarquización. De esta forma, traducir la Iliada hoy día puede parecer una actividad extravagante y parecida a tener en casa todas las maquetas de naves espaciales aparecidas en la dilatada saga intergaláctica, o atesorar todos los adminículos inimaginables de Lady Di. No voy a recurrir al manido recurso catastrofista de pensar hasta dónde hemos llegado en nuestra capacidad de degradar la idea de cultura, invadida hoy día por la idea más simple de ocio, pero no dejo de sentir vergüenza ajena por todo esto. Sigo pensando, como pude leer en un gran crítico literario hace unos años, que mientras existan Homero, Virgilio, Dante, Leopardi, Proust o Thomas Mann, por dar tan sólo algunos ejemplos, no merece la pena perder el tiempo leyendo ciertos libros de temporada. Simplemente quiero decir que Homero, el autor de la Iliada y la Odisea, no puede quedar diluido por un homónimo en la marea negra de la cultura pop. Si somos capaces de ver estas diferencias a lo mejor podemos hacer que cambien realmente nuestras vidas anodinas. FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE

lunes, 7 de junio de 2010

ANÓNIMOS Y DESCONOCIDOS


Decía Juan de la Encina que "todo pasa en la memoria, salvo la fama y la gloria". Pero hoy la fama se ha convertido también en algo, ante todo, vulgar, además de efímero. Convertirse en un personaje televisivo, a ser posible esperpéntico, parece ser la puerta grande para acceder al nuevo parnaso de la ignorancia y la grosería. Pero algo que me ha llamado la atención desde hace tiempo es apreciar cómo este tipo de personas, partícipes de una dudosa condición pública, se arrogan el derecho exclusivo a tener nombre, relegando a los demás mortales a la triste condición de "anónimos". POR FRANCISCO GARCÍA JURADO

Este blog está dedicado a Rosa, a quien tanto gusta el genio del lenguaje.
Mis sospechas se confirmaron durante una conversación. Hay un programa (que se me antoja infame) donde ciertos personajes de "renombre" comparten sus días en un lugar exótico y aparentemente paradisiaco. Por lo que parece, ahora se mezclan con personas "de la calle". Pues bien, me cuentan que al aparecer este último grupo el presentador dijo la siguiente frase genial, propia de Séneca: "Que entren los anónimos". Hace mucho tiempo que no veo este tipo de basura ni tan siquiera cinco minutos. Y esto no es una pose o un comportamiento radical: se trata simplemente de una manera de evitar, cuando menos, la mayor vulgaridad posible en una vida que, por desgracia, tiene que presenciar muchas. Aún así, soy consciente de la "perlas" que me estoy perdiendo. En realidad, al no haber visto la escena memorable, puedo imaginarme que cuando el presentador dijo aquello de "que entren los anónimos" podía haber ocurrido cualquier cosa. Imaginemos que en ese momento aparecen los cuadros no firmados del Museo del Prado, o que suenan bellos adagios barrocos como el de aquella película de los años setenta titulada "Anónimo veneciano" (en realidad, el anónimo no era tal, sino de Albinoni, pero esto da lo mismo ahora). En fin, lo que ocurrió fue que irrumpieron en aquel momento unas personas (todavía) desconocidas para el (gran) público (también "anónimo·), que en realidad tenían sus nombres y apellidos, de manera que no acudían allí para recibir el bautismo. Pero la imbecilidad reinante se ha empeñado en llamar a las personas que no salen regularmente en la televisión "personas anónimas". Vamos a ver, "anónimo", según el Diccionario de la Real Academia Española, es:

anónimo, ma.

(Del gr. ἀνώνυμος, sin nombre).

1. adj. Dicho de una obra o de un escrito: Que no lleva el nombre de su autor. U. t. c. s.
2. adj. Dicho de un autor: Cuyo nombre se desconoce. U. t. c. s. m.
3. adj. Com. Dicho de una compañía o de una sociedad: Que se forma por acciones, con responsabilidad circunscrita al capital que estas representan.
4. m. Carta o papel sin firma en que, por lo común, se dice algo ofensivo o desagradable.
5. m. Secreto del autor que oculta su nombre. Conservar el anónimo.

Como puede verse, lo más normal es que la condición de "anónimo" sea propia de las obras, y que el anonimato, cuando se refiere a personas, en particular a creadores, responda más bien a un deseo de quedar al margen de un reconocimiento público. "Anónimo", por tanto, se opone sobre todo a aquello que tiene un nombre, de manera que puede haber obras anónimas que, sin embargo, son "famosas". Pero hoy algunas mentes privilegiadas se han empeñado en convertir "anónimo" en el antónimo de "famoso". Así pues, el mundo se divide en "famosos" y en "anónimos", es decir, entre los que han triunfado en la vida y los que no. Lo curioso es que en la categoría de los segundos pueden aparecer reconocidos profesionales de cualquier gremio que han cometido el imperdonable error de dedicarse a hacer bien su trabajo (pensemos, sin ir más lejos, en un cirujano) y que cuando salen a la calle no son perseguidos por las cámaras. Desde esta nueva perspectiva, propongo que la "Tumba del soldado desconocido" sea ahora la "Tumba del soldado anónimo", y que las "Sociedades anónimas" se conviertan en "Sociedades desconocidas", que las haría aún más misteriosas, al parecerse a las sociedades secretas. La fama, a su vez, ha perdido los honorables atributos que tenía en tiempos de los antiguos. Ser famoso hoy no equivale ya a ser reconocido o simplemente afamado. La fama es un "don" que otorgan ciertas televisiones por formar parte de una comedieta vil representada por personas que ni tan siquiera pueden tener el calificativo de mediocres. En todo caso, recuerdo a todos mis lectores que llamar anónimo a quien no es supuestamente famoso supone una patada al diccionario y una suerte de banalización de la propia idea de fama. Las personas tenemos nombre, aunque sólo lo conozcan una o dos personas más, y no consiento que ningún imbécil me proclame anónimo, pues mi nombre vale tanto como el suyo. Y para que conste, lo firmo a 7 de julio de 2010. FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE