miércoles, 10 de febrero de 2010

SOÑAR EL PARÍS MEDIEVAL DE LA MANO DE MARCEL SCHWOB


Ahora que el parisino Museo de Cluny inaugura una exposición sobre la ciudad gótica vuelvo a recordar los tiempos geniales en que María José y yo recorrimos París para buscar ciertas localizaciones que debían ilustrar el libro "Marcel Schwob, antiguos imaginarios". Schwob, fiel a su tiempo finisecular, a su siglo XIX, recrea en su biografía sobre el poeta Villón el ambiente caótico de una ciudad ya perdida, pero también soñada. Por Francisco García Jurado
Para Agnès Lhermitte
A pesar de que el pasado es irrecuperable, de que jamás podemos volver a bañarnos en el misterioso río de las calles de una ciudad soñada, sin embargo, todavía es posible recrear y entrever la magia medieval en la Calle de la Montaña de Santa Genoveva, que termina, junto al Panteón, en la bella iglesia de San Esteban del Monte. Este es el París de Aberlado, de Villon y, cómo no, de Schwob. Para deleitarnos con esta recreación, debemos acudir a un libro titulado "Espicilecio", en el que Marcel Schwob ofrece con discreción su talento como crítico literario. La palabra “espicilegio” es, en sentido literal, un “haz de espigas”, y los benedictinos utilizaban metafóricamente este bello término para referirse a la (re)colección de conocimientos que debían ofrecer antes de su propia muerte. Como observa Sylvain Goudemare, se trata de un título dotado de gran simbolismo. Trece son, en total, los diferentes escritos de Schwob dentro de este libro culto e irrepetible, y se ordenan implícitamente en torno a tres categorías: biografías de autores, ensayos literarios y diálogos. Entre las biografías que componen esta obra delicada y difícil (así la definiría Borges), cabe destacar el trabajo biográfico sobre el poeta Villon, que supone por sí mismo una brillante prueba de la valía de los asertos críticos de Schwob. Del ensayo es especialmente inolvidable la viva recreación de las revueltas estudiantiles en el barrio latino de París durante la época de Villon, con singulares traslados de mojones robados hasta la mítica montaña de Santa Genoveva:

“Nadie ignoraba que los culpables eran los alumnos de la Universidad. Ellos habían llevado las piedras, una a la montaña de Santa Genoveva y la otra al monte de San Hilario, un poco más abajo, en el emplazamiento del Colegio de Francia. Allí, con ceremonias burlescas, habían casado a los dos mojones y consagrado sus privilegios. Todos los transeúntes, y sobre todo los oficiales del rey, estaban obligados a quitarse las gorras ante las piedras y a respetar sus prerrogativas.” (“François Villon”, en Espicilegio, pág. 23)

Gracias a este ensayo, el viejo y vital poeta logró ocupar su merecido lugar en la historia de la literatura francesa. La aproximación no académica terminó imponiendo su poderoso imaginario a los estudiosos. Después, ya en nosotros, la luz parisina de abril y la facultad de poder ver aquellas calles míticas más allá del tiempo terminó haciendo el resto para que la magia de la evocación se cumpliera. La fotografía que ilustra este blog es más que elocuente.

Francisco García Jurado
H.L.G.E.

domingo, 7 de febrero de 2010

EL LEÓN DE DURERO Y DE SAN JERÓNIMO


Nuestro último viaje a Dublín estuvo repleto de buenas experiencias y de visitas a cuál más interesantes. A pesar del frío , de encontrarnos en el umbral de los cero grados, anduvimos a lo largo y ancho de la ciudad durante horas, por una ciudad abarcable para amantes del paseo. Ya hace unos días publiqué algo sobre la visita nocturna que hicimos a la propia verja que está a la entrada de la Biblioteca Nacional de Irlanda. Esta era una visita esperable que no nos defraudó. Sin embargo, si tuviera que quedarme con alguno de los lugares que visitamos éste será sin duda la Biblioteca Chester Beatty, situada cerca del castillo de Dublín, precisamente en los jardines. A finales del decenio de los '90 se instaló allí, en un reformado edificio del siglo XVIII, una increíble colección bibliográfica. Sir Alfred Chester Beatty era un ingeniero de minas norteamericano que ejerció una gran pasión: recopilar manuscritos, grabados y libros de diferentes continentes, en especial Europa, África del Norte, Oriente Medio y Asia oriental. Su colección de libros religiosos, en especial copias ilustradas de la Biblia y del Corán, son realmente espectaculares. Chester Beatty pasó los últimos años de su vida en Dublin, y la ciudad fue depositaria, por tanto, de su muerte y de su eternidad. El lugar donde se emplaza la biblioteca es realmente exquisito. En él se conjuga el antiguo edificio del siglo XVIII con una moderna ampliación, y todo ello queda unido en un luminoso vestíbulo que me recordó en algo a la neoyorquina Morgan Library. La tienda de la institución guardaba algunos documentos interesantes y a muy buen precio, en todo caso no tan desmesurado como en el resto de tiendas turísticas dublinesas. En particular, había unas postales antiguas de manuscritos diversos, en colores tenues, que costaban apenas unos céntimos. Pero lo que más me llamó la atención fue un pequeño grabado en oferta. Este grabado reproduce el león que aparece junto a San Jerónimo en una composición de Alberto Durero. La composición original data de 1494, poco después de su viaje a Italia. El león, según la tradición, estaba herido en una pata por causa de una astilla cuando se encontró con San Jerónimo en el desierto. Al curarle San Jerónimo, el animal permaneció junto a él, agradecido, y ahora forma parte de la propia iconografía del santo. La historia es muy parecida a la de Androcles y el león que nos relata Aulo Gelio en sus Noches áticas. Llama la atención cómo el animal posa en la imagen como si fuera un can doméstico, de una manera tranquila y apacible que me recuerda, por ejemplo, al perro que aparece junto a las Meninas en el famoso cuadro de Velázquez. No pude resistir la tentación de adqurir el pequeño grabado, sobre todo como testimonio de una visita admirable. Y tampoco me resisto a compartir este buen recuerdo con los no menos admirables lectores de este blog.



Francisco García Jurado


H.L.G.E.