sábado, 19 de diciembre de 2009

DON GABRIEL DE BORBÓN Y SAJONIA, HUMANISMO REGIO

Si tuviera que quedarme con algún personaje de la monarquía española, sin duda lo haría con el infante Don Gabriel, que me remonta a la segunda mitad del siglo XVIII y a uno de los episodios más granados de la Ilustración española. Cuando comencé a interesarme por los libros antiguos supe que uno de los más avezados traductores de Salustio al castellano había sido precisamente este infante, y el hecho me llenó de asombro y curiosidad. Ciertamente, no resulta normal que una persona de esta condición se hubiera dedicado a una actividad intelectual de semejante calado. También supe que este Salustio, traducido bajo la atenta mirada y corrección de su preceptor, Pérez Bayer, fue publicado por Joaquín Ibarra en 1772, en lo que ya es lugar común considerar como la mejor edición jamás salida de una prensa hispana. Era y es un libro regio, confeccionado por un infante y pensado para reyes que hoy, gracias a la técnica y las bibliotecas, está al alcance de aquellos que podemos apreciarlo. Nacido en 1752, el infante, hijo de Carlos III, pasó sus primeros años en Nápoles, donde pudo vivir de primera mano los apasionantes descubrimientos de Pompeya, que cambiaron para siempre la visión de la Antigüedad. En 1760 inicia un nuevo periodo de su vida, ya en Madrid, donde seguirá con su formación en artes y ciencias. El cuadro de Rafael Mengs que ilustra este blog, conservado en el Museo del Prado, fue pintado entre 1765 y 1767 y representa a nuestro personaje todavía jovencísimo, pero lleno de carácter. Si hubiera que poner música a la biografía del infante habría que recurrir al clavecín del padre Soler, el Scarlatti español (aunque yo personalmente prefiero a Soler). El padre Soler, tan ligado al monasterio de El Escorial, gozó del culto mecenazgo y admiración del infante. Es posible que ya sólo por este mecenezgo de una música inmortal Don Gabriel se hubiera ganado un lugar en la Historia, pero la traducción del Salustio es posiblemente su obra más notable. Cabe pensar con cierto fundamento que la traducción fue obra conjunta tanto del Infante como del humanista ilustrado Pérez Bayer. Este último, de hecho, incluyó su estudio sobre los caracteres fenicios como uno de los muchos ornatos con que cuenta la edición. Hoy he vuelto a ver el egregio libro en la Calcografía Nacional, y en alguna ocasión lo he tenido en mis manos, porque la Biblioteca Marqués de Valdecilla conserva dos ejemplares. El historiador Salustio dejó dos grandes obras históricas: la Conjuración de Catilina y La guerra de Yugurta. Es un autor que se caracterizó por escribir historias cercanas a su propio tiempo, el siglo I antes de Cristo, con un gran contenido moral. Conviene leer cuando menos un párrafo inicial de su relato sobre Catilina, el conspirador romano que le merece tanto la admiración como el reproche:

“Lucio Catilina fue de linaje ilustre y dotado de grandes fuerzas y talento, pero de inclinación mala y depravada. Desde mancebo fue amigo de pendencias, muertes, robos y discordias civiles, y en esto pasó su juventud. Sufría cuanto no es creíble el hambre, la falta de sueño, el frío y demás incomodidades del cuerpo; en cuanto al ánimo era osado, engañoso, vario, capaz de fingir y de disimular cualquiera cosa, codicioso de lo ajeno, pródigo de lo suyo, vehemente en sus pasiones, harto afluente en el decir, pero poco cuerdo.”

Esta es, precisamente, la versión del infante. Que un miembro de la realeza se interesara por traducir a Salustio no es un hecho ajeno a los nuevos planes educativos del gran erudito Gregorio Mayáns, preocupado por la regeneración del buen gusto literario a partir de las mejores traducciones de los clásicos. Su Vida de Virgilio, publicada en 1778, es un excelente ejemplo de lo que decimos. Murió don Gabriel en 1788, el mismo año que su padre, y ninguno de los dos tuvo que conocer cómo un mundo caduco terminaba y otro, más incierto, daba comienzo con la Revolución francesa.
Habrá quien piense, desde presupuestos modernos, que esta historia sobre un infante que traduce a un clásico no tiene mayor importancia. Pero creo que peor sería la historia de un infante que no hubiera hecho nada, circunstancia mucho más común, por desgracia. Él tuvo los medios para hacerlo y lo hizo.

Francisco García Jurado
H.L.G.E.

jueves, 17 de diciembre de 2009

LA ESTANCIA DE HOMERO EN ESPAÑA, O LA PERVIVENCIA DE LOS FALSOS CRONICONES


El impar Julio Caro Baroja refiere en su libro titulado "Las falsificaciones de la Historia" (Barcelona, Seix Barral, 1992, pp. 101-102) a la curiosa cita que un autor de cronicones hace sobre la estancia del poeta Homero en España. Se refiere al llamado Cronicón de Auberto, "un supuesto mozárabe de Sevilla, de origen alemán, porque sus abuelos llegaron a la ciudad en tiempo de Carlomagno". La autoría de esta obra falsa se debe a un tal don Antonio de Nobis, "clérigo en Ibiza, más conocido por los nombres de don Antonio Lupián de Zapata o Lupián de Zapata". Tales cronicones eran ya sospechosos incluso durante el siglo XVII, pero un benedictino, fray Gregorio Argaiz, lo terminó publicando con glosas abundantes en 1667. En cierto momento, hablando éste acerca de un antiguo duque llamado Nathando, que ejercio un despótico gobierno en las tierras septentrionales de Castilla, comenta que hubo después una fase de gobierno republicano que duró 175 años:

"En ellos aprendieron los españoles, y conocieron la diferencia que tiene el gobierno monárquico del aristocrático, que es el de pocos y buenos; el de la oligarquía, que es el de pocos; y el de la democracia, que es el popular (si acaso lo probaron, que lo dudo)"

Y comenta, a su vez, Caro Baroja, que "esto se halla apoyado en el texto de Hauberto sobre la estancia en España de Homero, a quien el cronicón hace español de madre". El paso de Homero por España es un asunto bastante pintoresco que me he encontrado sorprendentemente en el no menos pintoresco "Epítome de literatura griega y latina" de Pedro Bartolomé Casal, publicado en Santiago de Compostela en la tardía fecha de 1881. El autor es profesor en la Universidad de Santiago, y se caracteriza por sus pintorescos juicios sobre literatura, en una época donde autores como Martínez Losada, o González Garbín escriben manuales imbuidos por la nueva ciencia positiva de Mommsem y Niebuhr. En particular, destaco lo que comenta acerca de Homero (p. 14):

"¿Habrá sido Homero de origen español por parte de padre? Criteis, su madre, le dió á luz por efecto de secretas relaciones. Muere Criteis, y Mentes, capitán de un barco procedente de las cosas occidentales de Europa, recoje al jovencito Homero, le educa con paternal cariño, le hace viajar, le asiste en todo y le lleva á las playas del Atlántico. Que Homero visitó nuestra España no admite duda. Sus descripciones, sus alusiones á las costumbres españolas, sus imágenes, grandes y bellos cuadros lo están declarando. Por otra parte no es tan despreciable, como la crítica superficial supone, la biografía de Homero que se atribuye a Herodoto. Graves críticos la admiten, y en ella aparecen los datos para sostener la procedencia española, que también casi consta por Estrabón, quien en el libro III, que es un tesoro para España, dice que Homero estuvo en la Turdetania y recorrió las márgenes del Tarteso y del Betis."
Las afirmaciones tajantes como la de "no admite duda" son muy propias de historiografías fabulosas. Como bien comenta Caro Baroja, cuanto más falso es un aserto, más contundente. Curiosamente, aquí se le atribuye a Homero un padre español, frente al croninón, para quien la española es la madre. El autor de este manual, Casal, es un hombre contrario a la ciencia moderna, a la que tacha de "superficial". De hecho, desprecia a quienes no creen en la existencia de Homero como persona, ligando este desmonte de la persona de Homero a lo que otros pretenden hacer con las historias bíblicas. Este es un caso evidente de falsedades, en especial porque tales asertos, propios de un cronicón del siglo XVII, ya se han vuelto anacrónicas. Sin embargo, hay que pensar que Casal daba clase en un universidad a finales del siglo XIX, y que muchos alumnos no recibirían más instrucción en literatura clásica que la suya. Imagino que ya aquellos desmanes poco importan.
Francisco García Jurado
H.L.G.E.

martes, 15 de diciembre de 2009

ILUSTRACIÓN E HISTORIAS LITERARIAS


La exposición titulada "La Imprenta Real. Fuentes de la tipografía española", que se celebra desde finales de diciembre de 2009 a enero de 2010 en la Calcografía Nacional, dentro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, me ha devuelto a una de mis aficiones más queridas: los libros del siglo XVIII. Todavía recuerdo vivamente la exposición que se dedicó al gran editor Antonio de Sancha en este mismo lugar. Es probablemente este gusto por la bibliografía española del XVIII el que más satisfacciones científicas y estéticas me ha proporcionado. Trabajar con estos libros, en mis caso los dedicados a autores grecolatinos, me ha hecho ver la huella de las ideas, en particular de la idea de Historia, en estos bellos documentos. Hoy quería aprovechar la circunstancia de esta exposición para mostraros un discreto ejemplar de la Imprenta Real, llamada también "Typographia Regia, vulgo de la Gaceta", pues era la que publicaba aquellos delgados ejemplares que con el tiempo llegarían a ser el Boletín Oficial del Estado. El ejemplar que quiero mostraros es el que aparece en la fotografía, y se trata de una discreta rareza bibliográfica. Es una bibliografía escolar de autores latinos publicada en tiempos de Carlos IV. Pertenece al género erudito de las Historias Literarias, pero aún no es una Historia de la Literatura.



El siglo XVIII supone el nacimiento de las historias literarias, concebidas entonces como obras básicamente bibliográficas y eruditas. Al margen de las obras de los hermanos Mohedano y otras aproximaciones a la Historiografía Literaria, es en Gregorio Mayáns donde cabe buscar unos fundamentos críticos más consistentes para el enfoque correcto del estudio de la Literatura Latina dentro de España. En lo que a los autores latinos respecta, en el mundo literario de la España del XVIII hay una cuestión capital, como es la de los autores españoles e hispanolatinos, plasmada en la superioridad del “español” Lucano frente a Virgilio. Así las cosas, en la discusión terciaron nombres tan conocidos como el Padre Feijoo en su Teatro Crítico, concretamente en sus “Grandezas de España”, y al cabo del tiempo se creó una peculiar polémica frente a los ataques de algunos eruditos italianos, como Tiraboschi y Belletti, que afirmaban que la literatura española de todos los tiempos era la que había corrompido el gusto. En España (y luego incluso entre algunos de los jesuitas expulsos, como Llampillas) se hacía una defensa ciega de lo español. El asunto puede ilustrarse perfectamente con la primera alocución que celebró a mitad del siglo XVIII la llamada Academia Latina Matritense en la madrileña iglesia de San Ginés, una de cuyas conclusiones iba a destinada a demostrar que Noster Hispanus Poeta Lucanus dignitate canendi, pura Latinitate Virgilium superavit. Este es el contexto, en buena medida tópico, del principal problema que atañe a lo que podemos considerar la incipiente Historiografía Literaria de la época. Debe tenerse en cuenta, además, que la consideración de autores como Séneca y Lucano como españoles es un hecho que pervivirá, disfrazado con diferentes ropajes, hasta comienzos del siglo XX. A esta cuestión de la superioridad de Lucano, unida al tópico de la corrupción hispana de la literatura, que sostienen los eruditos italianos aludidos, se añade el problema de cuál ha sido la aportación hispana al conocimiento, que promueve Nicolás Masson, y que después dará lugar a la polémica decimonónica sobre la ciencia en España. Mayáns da un nuevo giro a la cuestión en su Vida de Virgilio, donde establece los fundamentos de una Historiografía Literaria ligada a una incipiente conciencia de Tradición Clásica, más allá de los tópicos relativos a la corrupción hispana de la literatura o a la supuesta superioridad del «español» Lucano sobre Virgilio. A partir de unos nuevos presupuestos historiográficos cuyos fundamentos se encuentran en las tradicionales Poética y Retórica, de un lado, y en la Bibliografía, de otro, va a relacionar a Virgilio con la literatura española a partir del estudio razonado de sus traducciones al castellano. Precisamente, los traductores seleccionados son los que prefiguran claramente la idea de un Siglo de Oro de la literatura española, como Fray Luis de León. La Vida de Virgilio escrita por Mayáns está concebida en el marco de un ambicioso proyecto de edición de las mejores traducciones del Virgilio al castellano y con un claro propósito de fomentar el buen gusto literario nacional mediante la imitación de los mejores modelos por parte de la juventud. No en vano, la obra de Mayáns es contemporánea al Ensayo de una biblioteca de traductores españoles de Juan Antonio Pellicer (1778), que es el precursor de la Bibliografía Hispano-Latina clásica de Menéndez Pelayo.
El vacío dejado en el mundo de la enseñanza tras la expulsión de los jesuitas en 1767 obligó a suplir por diferentes medios las nuevas demandas docentes: la orden de los Escolapios llenó una parte considerable de ese vacío y también el mundo de los propios ilustrados, como en el caso de Iriarte o Mayáns, autores de gramáticas latinas. En este contexto, y ligado al círculo de Campomanes, Casto González Emeritense escribe su Compendiaria in Latium Via (1792). Se trata de un libro destinado al conocimiento fácil y rápido de los autores latinos mediante una cuidada bibliografía de los estudios sobre Historia Latinae Linguae, aspectos concretos de ésta y una exposición cronológica, desde los orígenes hasta el siglo XIV, de los autores que han escrito en latín (la herencia del antiguo género de la biografía, si bien ahora muy sucinta, sigue viva). La obra, destinada a la juventud, tiene sus antecedentes en las grandes obras bibliográficas del siglo XVIII, en particular la Bibliotheca Latina de Johannes Albertus Fabricius (1728), y la obra de Johannes Nikolaus Funck (Funccius) (1720-1750), que concibe la Lengua Latina como un organismo viviente en su De origine et pueritia, de adolescentia, de virili aetate, de inminente senectute, de vegeta senectute, de inerte ac decrepita senectute linguae Latinae. De hecho, ambos autores aparecen citados en la bibliografía de Casto González dentro del primer apartado. La obra está, por tanto, más ligada a los antiguos estudios bibliográficos que a los emergentes trabajos de Historiografía Literaria, de orientación filosófica, que es donde se sitúa Wolf. Aunque en 1787 se publica en Halle el programa de curso de Wolf destinado a la Historia de la Literatura Latina, no hay rastro de este autor en Casto González. No obstante, ambos autores comparten el criterio cronológico, si bien Wolf es mucho más cuidadoso, pues plantea una división en Historia Interna e Historia Externa sobre la que articula su nueva concepción historiográfica. Llama, asimismo, la atención que en Casto González no encontremos la formulación de la juntura “Historia de la Literatura Latina”, que está en buena medida subsumida por la aludida formulación de Historia Latinae Linguae. El relato cronológico, a partir de períodos, nace precisamente de los estudios sobre la Historia de la Lengua, frente al criterio de los géneros, que es más afín a los presupuestos de la propia Poética. Junto a la obra de Casto González, que podemos considerar, avant la lettre, el primer manual de Literatura Latina, debe recordarse el que será, dentro de lo que es una visión general de la literatura, el primer manual utilizado en España para una cátedra de Historia Literaria. Se trata de la obra de Juan Andrés, uno de los jesuitas llegados a Italia tras la expulsión de España en 1767. Juan Andrés compone en Italia una monumental obra titulada Origen, progresos y estado actual de toda la literatura. La traducción que hizo luego su hermano de casi toda la obra entre 1784 y 1806 dio lugar a su uso docente a comienzos del siglo XIX (Juretschke 1951: 228-230). En este libro se contempla una parte, muy breve, dedicada a la “Literatura de los romanos” (obsérvese la formulación) seguida de un cotejo de esta literatura con la de los griegos (Caerols 1996). La división que hace Andrés es la siguiente: “Origen de la literatura romana”, “Poesía”, “Elocuencia”, “Historia”, “Filología”, “Ciencias” y “Jurisprudencia”. De igual manera, los diferentes tomos de su historia están dedicados a los distintos géneros. Estos primeros escarceos de una Historiografía de la Literatura van a verse interrumpidos en este punto.


FRANCISCO GARCÍA JURADO
H.L.G.E.