viernes, 28 de agosto de 2009

Sobre un fragmento ficticio de Safo en Ezra Pound

Resulta curioso cómo a veces se combinan diferentes hechos y situaciones para que se genere la idea de un artículo. Siempre se acude a la casualidad para explicar determinados descubrimientos, pero no es cierto, o por lo menos no siempre. Si se descubre algo es porque se tiene cierta conciencia de lo que se está buscando aunque no se sepa qué es exactamente lo que se busca.
Cada año, por las vacaciones de navidad, acudo a Sevilla a visitar a mi familia y es costumbre que salgamos a dar un paseo por la calle Sierpes hasta la catedral para ver las luces navideñas. Hace unos tres años, en uno de esos paseos, Paco y yo nos encontramos con una exposición al aire libre en la Plaza Nueva. Se trataba de un conjunto de enormes esculturas realizadas por el artista germanopolaco Igor Mitoraj y en las que podíamos ver héroes que habían perdido sus alas, semidioses con vendas o criaturas fantásticas. Lo curioso era el estado fragmentario en el que aparecían. Esto nos llevó a comentar el concepto del fragmento como idea y propio de la postmodernidad, algo impensable para nuestros antepasados. Pues bien, la conversación derivó en la lectura que recientemente había hecho del libro de Pound Personae y del curioso poema titulado Papyrus donde también podemos observar la estética de lo fragmentario.

Algunos meses más tarde, ya en Madrid, en uno de nuestros paseos entramos en el Vips de Fuencarral y mientras ojeaba un libro de la editorial Phaidon sobre el pintor victoriano Alma-Tadema me encontré con el cuadro titulado Sapho y allí aparecía escrito en griego arcaico el nombre de Gongula, una de las tuteladas de Safo, citada por Pound en su poema y por Safo. Ya en casa, acudí al fantástico libro de Highet, The Classical Tradition, y allí aparecía citado el poema de Pound.

Sin embargo, no fue hasta nuestra estancia en China cuando me percaté de la gran belleza del poema Papyrus de Ezra Pound, tan breve y a la vez tan complejo. Mientras veía las pinturas y las diferentes caligrafías en el museo de Shanghai me di cuenta de la cercanía de estas manifestaciones artísticas a la poesía china y, aunque no soy experta, de su parecido al haiku japonés: una imagen, el tiempo, la brevedad,.. y de nuevo, estaba allí en mi mente, Pound y su poema y sabía que era posible esa conexión dada la admiración del poeta hacia la cultura oriental.
Pues bien el resultado de todas esas posibles “casualidades” lo podéis ver desarrollado en este enlace, espero que lo disfruten.
http://www.ucm.es/BUCM/revistas/fll/11319070/articulos/CFCG0909110233A.PDF

Mª José Barrios

miércoles, 26 de agosto de 2009

POR QUÉ ME SACAN DE QUICIO ALGUNOS LECTORES


Acabo de enviar a la profesora Loreto Busquets, de la Università del Sacro Cuore de Milán, un trabajo que he titulado "Todas las cosas que merecen lágrimas. Borges, traductor de Virgilio". Es un trabajo en el que vengo trabajando y pensando desde hace tiempo, por la complejidad y la fascinación que me supone leer al poeta romano desde la mirada borgesiana. Ya lo intuí en mi libro "Borges, autor de la Eneida" y ahora, por fín, me he animado a cerrar el círculo. Pienso en Borges, o en Virgilio, como retazos fundamentales de mi propia existencia. Son parte de mis recuerdos y vivencias más intensas. Recuerdo haber leído hace muchos años, en la piscina municipal de Alcobendas, el libro inmenso que Agustín Garcia Calvo dedicó al poeta de Mantua. Este recuerdo, en la más perfecta vena proustiana, está unido a mi madre. También recuerdo otro paseo por Alcobendas, precisamente por la Avenida de España, yendo a buscar a una antigua novia, donde iba pensando precisamente en la obra de Plinio el Viejo que acababa de entrever en el cuento "Funes el Memorioso". Una vida de lecturas que nunca terminan, a las que vuelvo obsesivamente, y de lecturas que he compartido con personas queridas en uno u otro tiempo. En cierto sentido, unir la vida a ciertas lecturas es algo semejante a lo que ocurre cuando algunos recuerdos quedan sujetos a sabores o músicas. Esos momentos reviven en la conciencia todavía con más intensidad que cuando acontecieron como una primera sensación. La obra de Borges no supone por tanto, para mí, una mera lectura. Ahora, al entregar el original a la profesora Busquets, he vuelto a recordar la lluvia y los bosques de Nueva Inglaterra, y un inolvidable viaje en autobús, con María José, en el que, entre sueño y sueño, fui corrigiendo una versión impresa de este trabajo. Debo declarar a todos aquellos lectores a los que "no les gusta Borges" que me ponen gratamente nervioso. Esa vaguedad de su juicio me enoja. No se trata de que no pueda tolerar que a alguien no le guste Borges, ni mucho menos. Lo que quiero decir es que me enoja la simplificación, la falsa expectativa que han creído no encontrar en el autor argentino. Este autor es mucho autor, señoras y señores, y con él, probablemente, toca a su fin una gran literatura que comenzó con Homero. La lectura de Borges es de una gran exigencia, y requiere de un tipo de lector que acepte naufragar por un océano de letras y de símbolos. Borges es la metonimia inacabable de la literatura universal, y un reto difícil de asumir. Borges no es un autor más, y esto mismo les ocurre a Homero o a Virgilio.

En definitiva, animo a no tachar simplemente de "aburrido" aquello que sencillamente no se entiende. Una persona que conozco se dedica a valorar originales llegados a una editorial, y es precisamente de esas personas que no pueden leer a Borges (y donde digo "Borges" me refiero a toda la estirpe de grandes autores que son sus precursores). Los juicios de valor hechos con urgencia terminan siendo muy nocivos. No sé si nos hemos dado cuenta de que, prácticamente, a día de hoy, ya nos hemos cargado la literatura.


Francisco García Jurado

H.L.G.E.

domingo, 23 de agosto de 2009

LAS BORROSAS FRONTERAS ENTRE LA ORALIDAD Y LA ESCRITURA


Hay asuntos que a simple vista parecen sencillos, pero que en realidad no lo son. Parece evidente, a simple vista, que hay una nítida diferencia entre aquello que está escrito y aquello que no lo está, pero no es así. Es por ello por lo que, siempre que puedo, intento enseñar a mis alumnos de la Complutense a mirar "a través de las rendijas del saber", y a darle vueltas a las cosas. Sé que las personas que asisten a mis clases no son todas iguales, ni en formación ni en intereses, pero también soy consciente de que han te de tener, al menos, el mismo derecho a sentir la comezón de la curiosidad ante asuntos aparentemente sabidos. Si tomamos el tema que hoy propongo, lo oral y lo escrito, mi interés no está tanto en una definición positiva de ambos hechos, sino en ver cuál es la naturaleza compleja de la relación entre ambas situaciones. Un texto escrito puede contener aspectos orales, como cuando refleja, por ejemplo, una conversación. Por contra, una alocución oral puede estar cargada de "escritura" si, por ejemplo, una persona lee simplemente en voz alta un texto previamente escrito. Recordemos, en este sentido, cuántas conferencias soporíferas hemos tenido que soportar cuando quien habla se limita a sacar unas cuartillas y a leerlas (más valdría que las hubiera repartido antes y nos hubiera dejado irnos a casa). La cuestión es transcendente cuando nos vamos a la Antigüedad y asistimos al nacimiento de las funciones simbólicas de la escritura. En su ameno e intenso libro titulado "La invención de la literatura", Florence Dupont propone que la oralidad y la escritura en la antigua Grecia presentan una naturaleza simbólica distinta, de acuerdo con la cual cada una se destina a diferentes usos:

(…) la historia de los signos gráficos no es la de una técnica, sino la de los diferentes papeles que cada civilización ha podido decidir confiar a una memoria objetivada en inscripciones de naturalezas distintas. Por ejemplo, las tablillas descubiertas en Creta o en Pilos, archivos de los almaceneros reales, no son los ancestros balbucientes de las leyes o de los poemas de Solón (…). De manera global, la cultura griega poshomérica es tan oral como la de la Grecia homérica, y, al propio tiempo, escrita, aunque ambas lo sean de forma distinta. Hay que ir mirando caso por caso, dado que hay escrituras y oralidades, multiplicidad que se corresponde con funciones simbólicas distintas. Baste un ejemplo: no podríamos confundir la escritura-transcripción, que sirve para hacer hablar a las cosas mudas, a los objetos, a los muertos, al pueblo, con la escritura-inscripción, que sirve para registrar palabras vivas y conservarlas.[1]



Me interesa sobre todo esta segunda modalidad, la de la “escritura-inscripción”, destinada a preservar la “palabra viva”, pues este hecho es, cuanto menos, cuestionable desde la perspectiva del mito platónico de Theuth (Fedro 274b-275e y Filebo 18b-d)[2]. Según este mito, la palabra “muere” cuando queda inscrita, es decir, una vez pierde su frescura como medio de intercambio oral. Frente a lo que podría creerse, esta palabra escrita no sirve como remedio contra el olvido, pues queda almacenada en un lugar ajeno a nuestra memoria. El salto cualitativo que se produce de los tiempos de Platón a los de Aristóteles es el que supone el paso de una mayor complicidad de lo oral con lo el medio escrito. El menosprecio que siente Platón por la palabra escrita como “palabra muerta” comienza a sentirse a partir de él como un mal menor frente al peligro de la pérdida del conocimiento si éste sólo se confía a la tradición oral. De esta forma, el mismo Platón rinde homenaje a su maestro Sócrates mediante el mito de la escritura como falso remedio contra el olvido, pero intenta plasmar por escrito la palabra de su maestro.


[1] F. Dupont, La invención de la literatura, Madrid, Debate, 2001, pp. 9-10 y 12.
[2] Los pasajes donde Theuth aparece como inventor de la escritura han suscitado el interés de autores como J. Derrida (“La pharmacie de Platon”, en La dissémination, Paris, 1972, pp.69-197), E. Lledó (El surco del tiempo. Meditaciones sobre el mito platónico de la escritura y la memoria, Barcelona, Crítica, 19922; El silencio de la escritura, Madrid, Espasa Calpe, 19982), o L. Gil (“Divagaciones en torno al mito de Theuth y de Thamus” en Transmisión mítica, Barcelona, Planeta, 1975, pp.100-120 y La palabra y su imagen. La valoración de la obra escrita en la Antigüedad, Madrid, Universidad Complutense, 1995).




Francisco García Jurado


H.L.G.E.