jueves, 18 de junio de 2009

MEMORIA DE LA "EDAD DE PLATA" EN PARÍS


Si tuviera que elegir un lugar de Madrid como modélico es posible que me quedara con el edificio de la Unión y el Fénix que podemos ver en la Calle Alcalá, subiendo desde Cibeles y antes de llegar a Sol. Está junto a la iglesia barroca de las Calatravas, con la que mantiene un rico diálogo. El edificio de Modesto López Otero recrea, como si fuera el campanile de la propia iglesia, una torre de aires barrocos que recuerda, además, a los rascacielos de Chicago durante los años 20, y remata la esquina con la calle Alcalá con un cuerpo de proporciones perfectas. En una ciudad tan estridente este edificio y su forzada situación junto a la iglesia casi puede calificarse de milagro. López Otero es también el arquitecto de la Ciudad Universitaria de Madrid, ese malhadado proyecto que quiso convertir a Madrid en un pequeño Harvard, bucólico y moderno. Hoy llego a París, pues mañana se celebra en la Universidad de Versalles una jornada de trabajo sobre las imágenes de la Antigüedad y la revolución francesa que organiza Pablo Asencio como colofón a su estancia investigadora en esta universidad. Me he sentido muy honrado de venir a hablar, precisamente, sobre uno de los temas que más me interesan en este momento, como es la relectura nacional (nacionalista) de la literatura latina en clave de discurso germánico y romántico. Volveré sobre el tema un día cercano, pues ahora quería hablar del edificio donde me alojo. Precisamente, estoy en el Colegio de España, dentro de la Ciudad Universitaria de París. Es un edificio del año 1935 diseñado precisamente por López Otero. Es un edificio de inspiración neorrenacentista (no en vano, parece estar inspirado en el plateresco Palacio de Monterrey, en Salamanca, y quizá menos en El Escorial). Estas evocaciones neorrenacentistas no dejan de tener sus ecos en la propia historiografía literaria, empeñada también desde principios del siglo XX en rescatar del olvido lo mejor de la tradición hispana del siglo de oro (otro tema al que habrá que volver, cómo no). El Colegio de España es una institución ligada inicialmente a la Junta de Amplicación de Estudios, que aquí encontró su digno representante internacional. Había visto el colegio en fotografías, pero no me había podido hacer una idea de su armonía hasta habitar ahora en él, en una de las habitaciones destinadas a los invitados. Este edificio representa la cultura española, que en la distancia se sueña y se recrea, aunque en su lugar de origen a menudo sea tan difícil verla.

Francisco García Jurado
H.L.G.E.

lunes, 15 de junio de 2009

MARCEL SCHWOB: EL TERROR Y LA PIEDAD


Regreso a París esta semana, y esto me trae los gratos recuerdos de la úlitma estancia en la ciudad del Sena, cuando María José y yo fuimos a recorrer el París de Marcel Schwob, pues era el tiempo de escribir (y rematar) el libro Marcel Schwob, antiguos imaginarios, que apareció publicado en 2008. Nuestra ruta comenzó en el Instituto de Francia, donde está la inigualable Biblioteca Mazarino, que es el primer escenario de la escrtura parisina de Schowb.
Como ha dicho María José Hernández Guerrero (cuyo saber sobre el autor francés es mucho y profundo), Schwob es un escritor para escritores. Ello no obsta para que haya un verdadero goteo de libros suyos, y que la secta de Schwob sea cada vez mayor. De las interminables relaciones que Schwob mantiene con los clásicos grecolatinos quiero destacar aquí una de las más intensas, precisamente la que mantiene con la Poética de Aristóteles. Primero en el prólogo de su libro Corazón doble, y luego como uno de los ensayos reelaborados que componen Espicilegio, Schwob relee la Poética de Aristóteles en una doble clave, la del terror y la piedad. Este es uno de los párrafos iniciales de su imprevista poética:

“El corazón del hombre es doble, el egoísmo se equilibra allí con la caridad, la persona es el contrapeso de las masas, la conservación del ser cuenta con el sacrificio hacia los otros, los polos del corazón están en el fondo de mí y en el fondo de la humanidad.
Así, el alma va de un extremo a otro, de la expansión de su propia vida a la expansión de la vida de otros.” (“El terror y la piedad”, en Espicilegio, págs. 27-28)

A partir de aquí, el alma recorre el camino que va del sentimiento individualista a la conciencia de los otros:

“En ese extremo, el hombre entrevé el límite del terror, penetra en la otra mitad de su corazón, intenta representarse en los demás seres la miseria, el sufrimiento y el miedo, expulsa de sí todo terror humano o sobrehumano para conocer sólo la piedad.” (“El terror y la piedad”, en Espicilegio, pág. 29)

Hasta este momento, podemos reconocer uno de los habituales desarrollos polares de Schwob, afín, curiosamente, a lo que la lingüística estructural de Saussure afirma acerca del carácter individual y social del lenguaje, la “parole” y la “langue”. Puede que los más sagaces ya hayan intuido qué autor antiguo subyace en esta dualidad anímica constituida por el terror y la piedad, pues no es otro que Aristóteles. En todo caso, Schwob no tarda en desvelarlo:

“Los antiguos captaron el doble papel del terror y la piedad en la vida humana. El interés por las otras pasiones parecía inferior, mientras que esas dos emociones extremas colmaban el alma entera. El alma debía ser, en cierta manera, una armonía, algo simétrico y equilibrado. (...)
La purgación de las pasiones, tal como la entendía Aristóteles, esa purificación del alma no era quizá sino la calma restablecida en un corazón palpitante. Porque no había en el drama más que dos pasiones, el terror y la piedad, que debían hacerse contrapeso.” (“El terror y la piedad”, en Espicilegio, pág. 31)


La fuente principal queda desvelada, y ello permite, si cabe, entender mejor el desarrollo original que hace Schwob a partir de lo que dice Aristóteles sobre la catarsis del espectador de la tragedia, concretamente la purgación de ciertas afecciones mediante compasión y terror (Poética 1449b27)[1].


[1] He utilizado la excelente edición trilingüe de Valentín García Yebra: Poética de Aristóteles, Madrid, Gredos, 1999.


Francisco García Jurado

H.L.G.E.