jueves, 12 de marzo de 2009

IDEALISMO Y KRAUSISMO EN LAS IDEAS LITERARIAS DE PEDRO URBANO GONZÁLEZ DE LA CALLE



Estos días el misnisterio de Ciencia e Innovación me pide que rinda cuentas del progreso del proyecto de investigación que se nos concedió para estudiar el estado de la historiografía de la literatura grecolatina durante la Edad de Plata de la cultura española, entre los años 1868 y 1939. Es un hermoso proyecto que, entre otras cosas, me ha legitimado para formar parte del comité científico de la exposición celebrada en el Centro Cultural Conde Duque sobre la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid en los años de la Segunda República. Pero hay otros acontecimientos más discretos que también merecen recuerdo, como el encuentro de documentos de gran interés para poder comprobar cuáles eran las ideas de algunos de los filólogos clásicos españoles de comienzos del siglo XX. Cada vez que profundizo más en el pensamiento de Pedro Urbano González de la Calle es mayor mi asombro. Ahora preparo un trabajo sobre su traducción de la literatura latina de F. Leo, traducción que se hizo en 1935, pero que se terminó publicando en Bogotá en 1950. Esto será, precisamente, para una revista colombiana, y qué mejor homenaje que publicar en el país que acogió primeramente a Pedro Urbano. Su pensamiento es sutil, inteligente y está a la altura de los grandes pensadores y filólogos europeos de su época. No pueden imaginarse ahora mis lectores las maravillosas argumentaciones que estoy encontrando en las notas de su traducción del manual de Leo, y cómo amplifica o corrige las ideas del profesor alemán. Pero lo que quería contar hoy es otro hallazgo igualmente excepcional. Se trata de una reseña publicada en 1935 en la revista Emerita, del Centro de Estudios Históricos. Es una reseña de un libro de V. Ussani, un manual de Literatura Latina en la Edad Republicana y Augustea (Emerita 3, 1939, pp. 376-378). Pedro Urbano muestra su inteligente admiración por el planteamiento idealista que se da a la literatura latina, por lo que es destacable en la breve reseña el eco de la crítica estética de Croce, frente al positivismo de la historiografía literaria, pero también puede verse la herencia intelectual krausista que viene de su propia familia, pues el padre de Pedro Urbano, Urbano González Serrano[1], había sido discípulo dilecto de Nicolás Salmerón:

“Piensa Ussani que en dicha obra puede y deber intentar una rectificación, no sin duda del método histórico, mas sí de las viciosas y superficiales aplicaciones de ese procedimiento turístico, para conservar a la crítica estética su cardinal papel y su significación legítima en la historia de la literatura. El indicado propósito nos parece tan justificado como laudable, y contra sus posibles, aunque siempre muy problemáticos, impugnadores nos creemos capaces de romper alguna lanza de nuestra pobre dialéctica. (…)
Advirtamos, sin embargo, que, como nuestro autor cree que una historia de la literatura no es, ni puede, ni debe ser un confuso amasijo de referencias biográficas, rótulos de obras y nombres y fechas de manuscritos, ediciones y versiones, sino una artística y sistemática construcción doctrinal que refleje las cardinales directivas y vicisitudes de la evolución literaria estudiada, no piensa que su labor de expositor puede quedar reducida a la fría y superficial relación de los hechos literarios narrados. En esa narración haya que poner calor de alma y acuidad de visión interior para “percibir lo entre las cosas” –como decía un maestro inolvidable, D. Nicolás Salmerón y Alonso – y para superar, por tanto, el plano de la corriente trivialidad, en que se agostan muy valiosas energías. De la posición doctrinal que implican los asertos precedentes, ofrece Ussani, en el capítulo IX de la obra que glosamos (…) un claro testimonio.”

[1] Estudiado por A. Jiménez García, El krausopositivismo de Urbano González Serrano, Badajoz, Diputación Provincial de Badajoz, s.d.



Es un hermoso testimonio de una España que, entre otras cosas, pudo ser y no ser.



Francisco García Jurado

H.L.G.E.



(Nota, la fotografía que ilustra este blog está tomada en la Residencia de Estudiantes de Madrid y fue hecha por Cristina Martínez)

miércoles, 11 de marzo de 2009

PEPE GARCÍA BLANCO, HASTA SIEMPRE

Jorge Luis Borges sueña, en cierto momento, que el tiempo se confunde y que puede ofrecer en persona un libro a su admirado Leopoldo Lugones: “Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible. Así será (me digo) pero mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros tiempos y la cronología se perderá en un orbe de símbolos y de algún modo será justo afirmar que yo le he traído este libro y que usted lo ha aceptado.” (Jorge Luis Borges, “A Leopoldo Lugones”). Con todo el cariño del mundo, el profesor José García Blanco siempre será el grato recuerdo en el que quisiera confundirme más allá del tiempo. En los años ochenta tuve el privilegio de seguir su curso de literatura griega en la Universidad Autónoma de Madrid. Allí recorrimos de una manera inolvidable lo mejor de la literatura escrita en la lengua de Homero. No me quedé satisfecho, sin embargo, con la nota de un examen, y sin afán alguno de modificarla sí acudí a su despacho para hablar con él. Allí ocurrió un hecho transcendente para mi vida, pues en su mesa había unas separatas suyas con un sugerente titulo: "Juliano en Cavafis". Pepe me regaló una, creo que por mi expresión de asombro y fascinación, y de allí surgió una entrañable amistad. En aquel momento descubrí por vez primera que un profesor también podía tener una intensa faceta de investigador. Aquel instante se convirtió en algo absoluto. El emperador Juliano había ocupado una parte importante de su trabajo y aquello me introdujo como por arte de magia en la literatura griega de época imperial. Después tuve el honor de que me asesorara para un trabajo sobre el concepto de sensación en Cavafis que muy bien podría haber sido una tesis sobre el epicureísmo en la literatura neoalejandrina. Opté por el latín, y ahora sé que prescindí de Cavafis.


Querido Pepe, me he acordado de ti mucho estos días, y creo que ha sido como una premonición de lo inevitable. Por otras circunstancias tuvimos que acudir este verano al hospital de San Chinarro, tan cerca de la urbanización donde está tu casa, y aquello me trajo asociaciones de ideas entre la alegria y el dolor, entre el pasado y el presente.

Déjame al menos pensar que aquella mañana de 1984, cuando me regalaste la separata de "Juliano en Cavafis", durará para siempre.


Francisco García Jurado

H.L.G.E.

domingo, 8 de marzo de 2009

DEJAD A LOS POETAS SER ELLOS MISMOS


A medida que pasa el tiempo me cansan cada vez más aquellos individuos que pretenden justificar su existencia imponiéndose sobre los demás e imponiendo sus criterios mediante la descalificación de aquello que no controlan. Están por todas partes, en la política, la religión, el trabajo, la enseñanza... y no paran de nacer. Odian la diversidad, que ellos llaman caos, y no entienden las relaciones simétricas con los demás, mediante la aplicación de la terrible norma de que si no estás con ellos estás en su contra. El ámbito en que me muevo, la universidad, es un lugar abonado para estos nuevos inquisidores o comisarios políticos. Hoy me he acordado, a propósito de ellos, de unos versos conmovedores escritos por el poeta Ossip Mandelstan, inspirados precisamente en Ovidio. Cuando paseamos por las calles de Petersburgo, en especial por los lugares que mejor reflejan los años veinte y treinta del siglo XX, no podemos dejar de preguntarnos qué fue lo que pasó para que todo aquello desapareciera, cómo se barrió, en aras de un mundo "nuevo", un mundo tan rico y personal de individuos irrepetibles.


Si el libro titulado Tristia sólo supone el comienzo de la identificación de Mandelstam con el poeta romano, la primera parte de los Cuadernos de Voronezh, escritos ya como experiencia del exilio real, en la década de los años treinta, son el resultado de una suerte de vivencia equivalente a la obra del exilio ovidiana, si bien desde unas claves poéticas propias. En todo caso, no es esperable una mera imitación por parte de Mandelstam, sino una expresión de su experiencia vertida a un lenguaje moderno donde se implican otras voces de la historia literaria, como la de Dante, Gógol o Pushkin, sin que falte, a veces puntualmente, la del propio Ovidio, como vemos en estos versos:

Privándome del mar, del vuelo y del correr,
y dando al pie el apoyo de una tierra herida,
¿qué habéis logrado? Excelente cálculo:
no podréis arrancar mis labios trémulos.

Mayo de 1935[1]

Los versos del poeta latino, muy cercanos, no podían ser otros que estos que cito a continuación en su versión original y castellana:

en ego, cum caream patria vobisque domoque,
raptaque sint, adimi quae potuere mihi,
ingenio tamen ipse meo comitorque fruorque;
Caesar in hoc potuit iuris habere nihil. (Ov. Tr. iii 7 45-48)

Versos inmortales que me atevo a traducir de la manera siguiente:


«heme aquí, aunque privado de mi patria, de vosotros y de mi casa,
y aunque se me ha arrebatado todo cuanto quitarme se pudo,
sigo acompañado, sin embargo, de mi ingenio y de él disfruto;
ningún derecho pudo el César tener sobre él.»


Este breve poema de Mandelstam, según expone García Gabaldón,[2] constituye una doble alusión tanto a los Tristia de Ovidio como a los del propio Mandelstam. La primera persona del poema ha fundido magistralmente las dos voces poéticas: la máscara del poeta latino, pero también la propia máscara que el poeta ruso ha creado a partir de sí mismo. Mandelstam ha logrado el encuentro complejo de su poesía con la figura y el texto de Ovidio y ha creado su propia tradición poética moderna, paradójicamente, a partir de Ovidio.

Hay quien no aceptará ni tan siquiera que yo estudie estas cosas que, por cierto, ha publicado una prestigiosa revista científica dirigida por una profesor de la Sapienza de Roma. Antes pensaba que no hacía daño a nadie, pero se ve que sí, que pensar por uno mismo es algo que molesta mucho, y más de lo que pudiéramos creer.


Francisco García Jurado

H.L.G.E.



[1] Osip Mandelstam, Cuadernos de Voronezh. Prólogo de Anna Ajmátova. Traducción y epílogo de Jesús García Gabaldón, Tarragona, Igitur, 1999, p. 40.
[2] Epílogo a los ya citados Cuadernos de Voronezh (p. 177).