martes, 21 de abril de 2009

JUAN MARSÉ Y LOS LOTÓFAGOS. UNA LECTURA NO ACADÉMICA DE HOMERO, JOYCE MEDIANTE


Tras haber pasado hace dos semanas por la notable isla de los lotófagos, la actual Djerba, en Túnez, me he acordado de Homero, naturalmente, y también de Juan Marsé, a quien van a concederle el premio Cervantes esta misma semana. El paso por la isla fue más bien decepcionante, a pesar de las expectativas creadas. Allí cuenta la leyenda que los compañeros de Ulises comieron la flor del loto, que les proporcionó el olvido. La isla está unida al continente africano por una calzada romana de seis kilómetros. Precisamente allí comenté a María José que Juan Marsé había utilizado este mito tan odiseico en una novela de abrupto título, La muchacha de las bragas de oro[1], que ganó en 1978 el Premio Planeta. La novela se ambienta en Cataluña y trata acerca de las memorias que Luys Forest, un viejo escritor falangista que, al margen de la militancia política, ha sido considerado en alguno de sus libros como autor de "un estilo narrativo de primer orden" (p.221). Forest está redactando tales memorias para limpiar su pasado, lo que confiere al relato muchos elementos paródicos sobre la literatura falangista, como la ironía sobre el estilo de Agustín de Foxá (p.128). Se ironiza, asimismo, acerca del fin de la ideología heroica (p.74) y, consiguientemente, de la épica (pp.87-88), algunos de cuyos elementos hemos tenido ocasión de ver quintaesenciados en Sánchez Mazas. Luys Forest recibe la visita de su sobrina, Mariana, con la intención de realizar un reportaje sobre su tío, y acompañada de un joven, Elmyr, que después resultará ser una mujer. Este argumento, como veremos, constituye un terreno particularmente abonado para la parodia épica. En La muchacha de las bragas de oro tenemos, básicamente, un sólo mito explícito, el de los "lotófagos", o comedores de la flor del olvido que encontramos en la Odisea (9,82-104). Esta circunstancia nos recuerda, asimismo, al Ulises, de Joyce, donde aparece una referencia muy anecdótica[2] a este motivo homérico en el capítulo 5º, dentro de la serie de buscadas referencias a la Odisea que Joyce, no sin ánimo jovial, establece. A él volveremos un poco más tarde. En lo que a la novela de Marsé se refiere, el motivo de los lotófagos representa con ironía, y con la recurrencia propia de un leit-motiv, la naturaleza de las memorias (más bien, "desmemorias"), que está escribiendo el viejo autor falangista. Él mismo reconoce su olvido como un hecho consciente ("Recuerdo, eso sí, que a la muerte de mi padre, al volver a esta casa con mi mujer, recién casados, nada estaba en su sitio: tan meticulosamente había empezado a distribuir mi olvido..." [p.40]; "su vertiginosa caída en una desmemoria centrífuga [p.42]; "con su memoria precediéndole siempre como una prolongación artificiosa de sí mismo, como si de una prótesis se tratara, más que de una memoria..." [p.241]). Juan Marsé ha querido, por lo demás, hacer un guiño al lector para cerciorarle de su intención mitológica, de manera que ha hecho aparecer en varios lugares el propio nombre de "lotófago", aprovechando la presencia de una barca que hay en el jardín:

"Al fondo, más allá del viejo almendro, yacía entre la alta hierba un bote con el casco desfondado, roída la borda y remos a la ventura y rotos. Alguien, probablemente el amigo de su sobrina, ese retraído y diabólico fotógrafo al que aún no había oído pronunciar una palabra desde que llegó, lo habría arrastrado hasta allí desde el cobertizo para pintarle en la quilla un gran ojo almendrado e inocente de dibujo escolar, azul y sin párpado, y un nombre (sugerido sin duda por Mariana) en letras también azules: Lotófago" (p.28)

"Forest, sentado en el césped, la espalda recostada en el Lotófago y el bastón cruzado en sus rodillas, no contestó al saludo de Tecla, ni siquiera la miró" (p.253)

En el pasado, el nombre de la barca no era otro que el de "Loto" ("En la playa, con el bote que me regaló mi padre. Sus remos siguen batiendo en mi memoria. Pintado en la quilla puede leerse el nombre que le puse, Loto" [p.121]), pero alguien, no sin una cierta mala intención, ha tenido el antojo de completarlo. El propio Forest decide preguntar a su sobrina quién ha sido, mientras ésta se baña:

"-¿De dónde sacaste el libro de poemas con estrellas en la portada? -Ella no dijo nada y su tío añadió-: ¿Crees que pudo ser Elmyr? Le gustaban esas bromas. Pintó el ojo azul en el bote y lo bautizó, fue ella, ¿verdad?.
-Pensamos que no te molestaría.
-Pues claro -Vio la pastilla de jabón saltando de sus manos-. ¿Sabes lo que quiere decir Lotófago?
-Consultaré el diccionario.
Mariana seguía dándole la espalda, rociándose, mientras buscaba con los ojos el jabón en el césped.
-Ese bote me lo regaló mi padre cuando cumplí trece años -dijo Forest-. Junto a los remos...
-Quémalos de una vez.
-Las artes de pesca no se queman jamás, sobrina, deberías saberlo. Trae mala suerte. Junto a los remos, ahí está el jabón.
-Gracias.
Pero, con una reacción inesperada, lo que hizo fue patear la pastilla de jabón y escupir una blasfemia entre dientes" (p.118)

Y, en efecto, parece que su sobrina consulta el diccionario, como tenemos ocasión de comprobar en un texto que ahora escribe ella misma:

"Al contrario que sus antiguos camaradas de plata fúnebre, que él llama vergonzantes lotófagos -comedores de la flor del olvido-, el autor pretende en esta obra magistral registrar los inundados sótanos de la memoria y al mismo tiempo..." (p.230)

El baño de la joven sobrina, así como las reiteradas alusiones a una pastilla de jabón que salta y se pierde ("-Vio la pastilla de jabón saltando de sus manos-"), nos hace recordar, asimismo, el motivo de la compra de una pastilla de jabón y posterior baño de Leopold Bloom al final del capítulo 5ª del Ulises al que antes hemos aludido, por su vaga referencia a los "lotófagos":

"El señor Bloom volvió a doblar las hojas en un cuadrado exacto y metió dentro el jabón, sonriendo. (...) Caminó alegremente hacia la mezquita de los baños"[3]

Por ello, creemos que la alusión a los lotófagos bien podría tener el referente inmediato en Joyce, antes de llegar a Homero. No queremos dejar de apuntar, finalmente, la tenue relación que puede establecerse entre la sensual Mariana y sus bragas de oro (lo que después no será más que un peculiar bronceado) con la lluvia de oro del mito de Dánae. El contenido mítico de la novela de Marsé es, en resumen, muy puntual, pero, asimismo, muy bien aprovechada para reforzar la parodia que preside toda la novela.
[1] Juan Marsé, La muchacha de las bragas de oro, Barcelona, Planeta, 19838.
[2] José Mª. Valverde, en el comentario preliminar a su traducción del Ulises (Barcelona, Bruguera/Lumen, 1979, p.54) la califica de "muy vaga" con respecto a la propia Odisea. Se trata, entre otros posibles motivos, de la aparición de una flor en un libro y del olvido de una receta de loción.
[3] James Joyce, Ulises, trad. de J.Mª.Valverde, o.c., p.183.


FRANCISCO GARCÍA JURADO

H.L.G.E.

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