sábado, 7 de febrero de 2009

MICHEL DE MONTAIGNE Y HENRI ÉTIENNE


Confieso haber sentido envidia, envidia intelectual, al haber leído algunos libros concretos. No me refiero especialmente a lo que entendemos por “grandes libros”, sino obras discretas donde, casi sin querer, se alcanza un sutil grado de perfección. Así me ocurrió con la Introducción a la literatura norteamericana de Jorge Luis Borges, o, más recientemente, con el pequeño libro que Peter Burke escribió sobre Montaigne. Es un libro escrito desde la privilegiada perspectiva de la historia cultural, ese campo del estudio histórico que tiene nombres tan señeros como el de Jacob Burckhardt (cuyo epistolario encontré en un puesto de libros frente al museo de Pérgamo, en Berlín). De esta manera, se nos ofrece a un Montaigne que se inserta de forma natural en el sistema de las ideas de su tiempo. Es pertinente que Peter Burke hable de los hombres que integraron la generación de Montaigne, la de 1530, donde acuden personas como Étienne de la Boétie (no podía ser de otra manera), pero también otros nombres que hoy acaso han quedado reservados para el conocimiento de ciertos eruditos, filólogos y bibliófilos, como el del editor Henri Étienne o Henricus Sptephanus, como hacía llamarse en latín. Para mí, que estudio durante estos meses (y creo que se está convirtiendo en mi segunda tesis doctoral) la lectura creativa y diversa del erudito romano Aulo Gelio durante el siglo XVI español, esta asociación del nombre de Montaigne con el de Stephanus me invita a pensar en dos maneras de entender la obra que escribió Gelio, las Noches áticas. Gelio, como he tenido ocasión de leer en uno de los capítulos del libro The Worlds of Aulus Gellius, editado en Oxford por mi admirado Leofranc Holford-Strevens, fue más leído por Montaigne que lo que él mismo declara (en total hay tres referencias explícitas a Gelio en los Ensayos, número que en nada demuestra la presencia real de Gelio). Además, Montaigne pudo tener acceso a Gelio por medios indirectos, como cuando leyó las Epístolas familiares de Fray Antonio de Guevara. En todo caso, Gelio supone una lectura viva y fundamental de los eruditos del siglo XVI, y esta lectura conlleva todo un acto de diseminación de sus Noches áticas, libro de libros, en otros nuevos libros. Otras obras, como la Eneida de Virgilio, se concibieron fundamentalmente para ser leídas de principio a fin, con lo que la lectura salteada puede modificar la intención inicial de su autor. Sin embargo, la obra de Gelio se puede leer al igual que se escribió, es decir, de manera salteada. Montaigne culmina, a mi parecer un proceso de lectura de los textos de Gelio que va a invertir, sin embargo, el sentido profundo que tiene la diseminación miscelánea de sus muchos datos. Si para Gelio esa diseminación, ese orden fortuito, no es más que la exposición de un enorme rompecabezas que debe rehacerse gracias a leyes analógicas del saber, para Montaigne la diversidad comienza a ser una parte esencial de su pensamiento y cultura, un pensamiento que rompe decididamente con el sistematismo. Esta es, por tanto, una consecuencia de la lectura de Gelio en el siglo XVI, pero no debemos olvidar la otra gran aportación que hace este siglo al mejor conocimiento de la obra de Gelio (al menos, para los eruditos que saben latín). Me estoy refiriendo a la gran edición en 8º que Stephanus hace de las Noches áticas (Noctes seu vigiliae Atticae) en 1585, y que implica el comienzo de la edición moderna de Gelio. Hay un “stephanus” de 1609, impreso en Ginebra, que puede utilizarse ya como un verdadero manual, pues cabe en una mano. Un “enquiridión” magnífico, es decir, un libro que cabe en nuestro bolsillos, que se adapta a nuestra mano y personal lectura. Esta facilidad es también un rasgo de modernidad, de nueva interpretación del texto antiguo. El libro de Gelio considerado como una miscelánea humanista, como la Silva de varia lección. Frente a la diseminación de las lecturas, el otro gran fruto del siglo XVI es esa concreción de Gelio. Forma frente a materia, libro vivo frente a libro físico.

Francisco García Jurado
H.L.G.E.

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