martes, 30 de diciembre de 2008

LOS ORÍGENES DE LA FILOLOGÍA CLÁSICA EN ESPAÑA


Lecturas informales -lo eran todavía- de textos escritos en la década de los años 80 del siglo XIX, en particular de Menéndez Pelayo y Alfredo Adolfo Camús, me llevaron a la sospecha de que el uso de la juntura "Filología clásica" no fue efectivo en España hasta esta etapa. Es evidente que cuando hablo de "uso" estoy pensando en ciertos contextos intelectuales privilegiados, pues ni aún hoy día, si salimos a la calle, nuestros paisanos tienen muy claro eso que llamamos -aún- Filología. El caso es que la conformación de unos estudios de Filología clásica en España responde, como ya he tenido ocasión de decirlo en otras ocasiones, a un complejo complejo cultural cuyo comienzo puede situarse en la etapa señalada y su cristalización -primera- ya en los años de la II República. Todo ello lo he tratado con cierto detenimiento en un trabajo del que me siento particularmente orgulloso, y que acaba de aparecer en la revista Estudios Clásicos. Cien notas a pie de página, en nada accesorias, enriquecen este trabajo, donde he dejado muchas horas de archivo y biblioteca y, sobre todo, he intentado hacer una propuesta metodológica diferente, que integre la historia de la Filología en el contexto más amplio de la Historia de la Cultura. También quiero dejar constancia de inestimables ayudas a la hora de escribirlo, como la de Santiago López Ríos y Jaime Siles. Esta publicación, además, coincide con las celebraciones relativas a la creación de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid en 1933. Es por ello por lo que ilustro este blog con una de las partes de la vidriera art decó -recién montada, tras su recuperación- que muestran, precisamente, las alegorías de Grecia y Roma, dentro del contexto más general de la representación de las humanidades. Como adelanto de lo dicho, tengo el gusto de reproducir el comienzo del artículo, lo que puede servir, asimsimo, de invitación a su lectura:



En unos tiempos como los actuales, donde parece que a nadie le preocupa lo que ocurre en las disciplinas académicas ajenas, resulta curioso, cuanto menos, leer lo que dice un historiador y filólogo de la talla de Américo Castro en 1928 acerca de los Estudios Clásicos en España:
¿Puede continuar el hecho de que no se produzca un solo libro en España sobre antigüedades clásicas -latín y griego-, que merezca la pena incorporarse a la bibliografía internacional sobre estas materias?1
Este aserto no era, ciertamente, gratuito o casual. El mismo Américo Castro había publicado en 1922 una traducción de la Historia de la Lengua Latina de Friedrich Stolz para la llamada “Biblioteca española de divulgación científica”2. Américo Castro contribuye decisivamente a fomentar el interés por los Estudios Clásicos en general y la Lingüística Latina en particular dentro del propio Centro de Estudios Históricos, que en 1933 crea una Sección de Estudios Clásicos y otra dedicada a los Estudios Árabes. Menéndez Pidal deja clara esta circunstancia cuando declara el interés específico que tienen los Estudios Clásicos, sobre todo los relativos a la lengua latina, para el conocimiento del español: “Los estudios clásicos se cultivaron en el Centro de Estudios Históricos principalmente en torno al latín, presupuesto básico para el estudio del español”3. De hecho, no faltan buenos latinistas en este momento, como Pedro Urbano González de la Calle o Vicente García de Diego, de los que luego hablaré, junto a otros nombres imprescindibles como los de Eustaquio Echauri4 o Abelardo Moralejo5. Sin embargo, mientras para la dirección de los Estudios Árabes no se dudó en la figura del catedrático Asín Palacios, para el caso de los Estudios Clásicos se recurrió a un profesor italiano. Fue Américo Castro, de hecho, quien trajo a España al lingüista italiano Giuliano Bonfante6, que quiso rebautizarse como “Julián” (así aparece en los papeles de su expediente). Bonfante, que desempeñó un lectorado de italiano en la Universidad de Madrid durante el curso 34-35, se convirtió en una persona clave de la Sección de Estudios Clásicos del Centro de Estudios Históricos como redactor de la revista Emerita hasta el año 37, donde colaboró con otros eminentes profesores, como el mismo Pedro Urbano, José María Pabón y Antonio Tovar. Junto al Centro de Estudios Históricos, otra institución fundamental para este giro fue la nueva Facultad de Filosofía y Letras de Madrid7, “si no se piensa que la novedad se limitó a la erección de unos espaciosos edificios algo monótonos”, sino en las grandes ideas que en ellos se gestaron, como bien apunta José Carlos Mainer8.


1 A. Castro, “La Ciudad Universitaria”, El Sol, 6 de enero de 1928.
2 F. Stolz, Historia de la Lengua Latina. Traducción de Américo Castro, Madrid, Victoriano Suárez, 1922. Si bien figura oficialmente Américo Castro como traductor, me comenta Jaime Siles que la traducción en realidad pertenece a José Vallejo, según la información que a él mismo le proporcionó el profesor Antonio Fontán.
3 R. Menéndez Pidal, “Discurso de D. Ramón Menéndez Pidal”, en Actas del II Congreso Español de Estudios Clásicos (Madrid-Barcelona, 4-10 de abril de 1961), Madrid, S.E.E.C., 1964, p. 18. Véase también el documentado estudio de José López Toro, “La Filología Latina, propedéutica para la española”, en Cuadernos Hispanoamericanos 238-240, 1969, pp. 296-307.
4 L. S. Sanz de Almarza, Eustaquio Echauri Martínez. Su vida y “Notas filológicas”: (Sobre voces y frases incorrectas). Polemista (contra Américo Castro y J. Balcells Pinto) y eximio lingüista. Apéndice: locuciones latinas y extranjeras frecuentes en literatura, Logroño, s.e., 1992. La figura de Echauri (1873-1953) es muy interesante, tanto por su actitud de polemista como por su Diccionario manual latino-español (primera edición de 1927, con prólogo de Luis Segalá), precedente del diccionario escolar Vox.
5 J. J. Moralejo Álvarez y J. L. Moralejo Álvarez, “Abelardo Moralejo Laso (28.1.1898-10.4.1983)”, Estudios Clásicos 86, 1981-83, pp. 291-298. En Salamanca, Pedro Urbano González de la Calle aficionó a su alumno Abelardo Moralejo en la Lingüística Histórica y Comparada. Asimismo, ya en Madrid, siendo becario del Centro de Estudios Históricos, éste llevó a cabo su tesis doctoral sobre Las oclusivas sonoras aspiradas en latín bajo la dirección de Julio Cejador.
6 Cf. P. Martínez Lasso, Los estudios helénicos en la Universidad española: 1900-1936, Madrid, Universidad Complutense (tesis doctoral), 1988, pp. 697-698. Hasta el momento, este es el único estudio de conjunto sobre el tema que tratamos, si bien no se contempla en él la Filología Latina.
7 Al mismo tiempo, en Cataluña se está produciendo un proceso paralelo gracias a instituciones como el Instituto de Estudios Catalanes, la Universidad Autónoma de Barcelona, e instituciones privadas, como la Fundación Bernat Metge, que crea la fundamental colección de clásicos bilingües del mismo nombre. Asimismo, varios profesores encarnan en Cataluña este proceso de cambio, como José María Balcells (muy bien estudiado por José Luis Vidal en “Joaquim Balcells, el llatinista de la Universitat Autònoma”, en J. Malé et alii (eds.), Del Romanticisme al Noucentisme. Els grans mestres de la Filologia Catalana i la Filologia Clàssica a la Universitat de Barcelona, Barcelona, Universitat de Barcelona, 2004, pp. 93-106) o Lluís Segalá (a quien Carles Miralles ha dedicado interesantes estudios, como Lluís Segalà i Estatella. Sembança biogràfica, Barcelona, Institut d’Estudios Catalans, 2002). En otro momento, debería abordarse el asunto de la complejas relaciones que pueden trazarse entre los clasicistas de Barcelona y Madrid.
8 J. C. Mainer, La Edad de Plata (1902-1939). Ensayo de interpretación de un proyecto cultural, Quinta edición, Madrid, Cátedra, 1999, p. 287.




“Los orígenes de la Filología Clásica en España. La Facultad de Filosofía y Letras de Madrid (1933-1936)”, Estudios Clásicos 134, 2008


Francisco García Jurado

H.L.G.E.

domingo, 28 de diciembre de 2008

MADAME DE STAËL EN MÁLAGA


No, no se trata de una ficción o de una invención audaz sobre la biografía de la deliciosa escritora suiza que, como en otros casos conocidos, hoy se considera francesa. Madame de Staël (1766-1817) nació en un mundo, el ilustrado, y murió en otro, el romántico. En otra ocasión hablé sobre su libro de memorias y sus impresiones acerca de Napoleón, quizá una de las mayores decepciones de su vida. En todo caso, andaba hace tiempo con ganas de leer una de las novelas más populares de esta autora, la titulada Corina o Italia. Por diferentes razones, entre otras, la de adquirir una rara obra de Julien Benda sobre Propercio (1928) de la que hablaré en otra ocasión, acudimos a la preciosa librería de Antonio Mateos que se encuentra muy cerca de la calle Larios, en Málaga. Mientras curioseábamos entre los lomos de piel, María José dio con un ejemplar soñado, precisamente la edición que de la novela Corina se hizo en España en 1820 (publicada en Valencia por Cabrerizo). Se trata de dos bonitos tomos en plena piel, algo fatigada, pero en muy buen estado. Su traductor, Juan Ángel Caamaño dedica a la novela un interesante prólogo que ha sido estudiado pormenorizadamente por la profesora María José Alonso Seoane, de la Universidad Complutense. Ahora que tengo tanto interés en saber sobre los avatares de las humanidades en esa época convulsa que va desde finales del siglo XVIII al tercer decenio del XIX, tenía en mis manos uno de los documentos más tempranos de la conciencia del romanticismo en España. No en vano, la edición coincide con la etapa casi efímera del llamado Trienio Liberal (1820-23), previa a los exilios de lo que después fue la llamada "Década Ominosa". El ideal romántico penetró en España por vías diversas, llegó incluso a los manuales de literatura latina (sobre todo por la inspiración de Schlegel), pero sorprende, en verdad, el prólogo que Caamaño pone a la novelita de viajes escrita por Madame de Staël, donde ya se ve configurada la conocida oposición entre clásicos y románticos: "La voz clásico, como que es una abstracción, puede tener varias acepciones; por tanto, para hablar con juicio de la literatura clásica, y de la romántica, es menester fijar primero el sentido de lo que se quiere dar." Así de claro se muestra nuestro traductor antes de iniciar el viaje literario por Italia.
Todo esto me ha hecho pensar en Madame de Staël mientras tomábamos un café, al caer la tarde, en una cafetería de la calle Larios. La circunstancia por la que esta autora quedará para nosotros siempre unida a Málaga es algo naturalmente circunstancial, si se quiere, incluso arbitrario, pero no deja de ser por ello una razón eficaz. Málaga es una ciudad literaria y cargada de historia. Quizá no sea tan casual haber encontrado esta edición del libro precisamente en ella.

Francisco García Jurado

H.L.G.E.