martes, 2 de diciembre de 2008

EL MADRID DE JUAN RAMÓN


Un artículo de Francisco Umbral en el suplemento cultural del diario El Mundo abrió mi imaginación al hermoso paisaje de la Calle Pinar de Madrid, en particular la vista de los jardines de la Residencia de Estudiantes. Hace casi siete años de la publicación de aquel artículo que leí y perdí físicamente, pero que no se desvaneció, no, en mi memoria. Cuántas veces lo he evocado, sin querer acudir a la hemeroteca para saber si mi recuerdo se correspondía con las palabras de Umbral. Sé que obtuve alguna imagen indeleble de aquella lectura intensa, como la de los tranvías en la distancia, verdaderos símbolos de un Madrid moderno y europeo. Cada vez que vuelvo a la Residencia evoco este artículo que la magia de google permite ahora reproducir, hacer mío, en el blog que estáis leyendo. También, durante este tiempo, hay que felicitarse por la edición de los escritos de Juan Ramón sobre Madrid, o la Guía del Madrid de Juan Ramón que ha publicado en 2007 Rocío Fernández Berrocal (Consejería de Educación. Comunidad de Madrid, 2007), reseñada con tanto buen hacer por mi colega Santos Domínguez en http://encuentrosconlasletras.blogspot.com/2008/06/el-madrid-de-juan-ramn-jimnez.html.

Pero ahora, de momento, es tiempo de la palabra de Umbral, por quien intuí a Baudelaire cuando apenas era un niño, y de intentar entrever con la imaginación el paisaje madrileño que recorreremos la semana que viene:




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Martes, 2 de Diciembre 2008 / Publicado el 19/12/2001
LETRAS : Por el camino de Umbral
El Madrid de Juan Ramón

Juan Ramón era un ciudadano de gris inglés que soñaba una ciudad delineada en torno a silenciosos enjambres de poetas. Era un sueño paralelo al de la República, o sea la República traducida por un poeta, con palomas y funcionarios, con artistas y premios Nobel.
“Reclinados sobre la baranda de piedra de la Plaza de la Armería, negro el arco contra el cielo carminoso que el arco corta y eterniza...”. Juan Ramón Jiménez escribió mucho sobre Madrid, casi todo ello en prosa, y ahora se edita el título Libros de Madrid, que han hecho López Bretones y Sánchez Robayna, con más de un centenar de textos inéditos. Son frecuentes y entrañables estas ediciones azarosas de JRJ, pero nos preguntamos por qué no se da a nuestro mayor poeta del siglo XX en una edición total de varios tomos, con el debido acompañamiento académico, aunque él no era hombre de academias.Hay por lo menos dos Madrid en los que va descubriendo el poeta. En su primera venida a la capital, instado por Rubén Darío, descubre el Madrid clamoroso y sucio de Jacometrezzo, por donde había fatalizado Ganivet en un eterno carnaval, y adonde le meten Rubén Darío y Valle-Inclán en plena orgía modernista. Es de donde él iba a obtener sus caricaturas líricas sobre vivos y muertos, es decir Españoles de tres mundos, libro y género singular que el poeta debiera haber cultivado más por la riqueza y originalidad con que se produce retratando literariamente a lo mejor de la literatura española. Hay otro Madrid, el de los años 20, la Residencia de Estudiantes y todo aquel mundo de la cultura, la ciencia y la amistad inteligente, por donde pasaron desde Luis Buñuel a Severo Ochoa. Este Madrid definitivo y norteño es el que gusta a Juan Ramón. Le gusta tanto que se lo inventa. Gente bien planchada, colina de los chopos, Madrid posible e imposible, altos del Hipódromo, etc. El inglés de referencias que hay también en Juan Ramón se complace en pasear e imaginar una ciudad que pronto sería la de los Nuevos Ministerios, ideados por don Manuel Azaña, es decir, mucha geometría, mucho arbolado, mucho silencio y algún tranvía perdido agitando su cascabel de calderilla, todavía con algo de tranvía de mulas y con algo de organillo, pero ya todo eléctrico y moderno.Aquí es donde se encuentra a gusto el poeta, aparte sus retiros a los sanatorios de los amigos, donde a veces le visita gente tan rara como Valle-Inclán. Y qué bien se entendían el dandy bohemiazo y el señorito andaluz recién lavado. Aquí es adonde vienen a verle quienes pronto serán la generación del 27 y donde el andaluz sueña un Madrid europeo, limpio, tranquilo como una inmensa ciudad universitaria por la que él pueda pasear pensando versos definitivos indefinidamente. Estaba ya ahí la dictadura de Primo y no digamos la guerra civil, pero el poeta hacía como que no se enteraba y seguía con sus sueños cívicos y líricos. Hay un mendigo que le mira detrás de los árboles, que le espía desde su hambre, y el poeta llega a tener miedo. Es un fleco de la revolución que ya se alarga hasta allí.En la obra de JRJ se va produciendo, en esta paz, el tránsito del lirismo acumulado de Moguer al sentimiendo depurado y lacónico de lo esencial. Aquí se anticipa el Diario de poeta y de mar, aquí está naciendo una gran poesía europea y madrileña entre las arpas de los chopos y los soles de la colina. Hoy todo eso es un aparcamiento de coches. Porque Juan Ramón no trabajó en vano ni ociosamente cuando trabajó tanto, sino que, jardinero de sus profusos jardines interiores, tuvo que ir echando fuera toda la maleza modernista para quedarse cada día más puro, más silencioso, más lacónico, como ya hemos dicho, con un laconismo lírico que le fortalece y le acuña.Luego, mucho más tarde, en la vejez, vendría la totalidad arrolladora de Espacio, que le pone en las alturas de Eliot, como cuando las montañas se comunican por la cumbre, según dijera Nietzsche. Pero a la madurez tranquila, la piedra inalterable, la dureza sensible, pertenecen aquellos años madrileños de su gran poesía que, por añadidura, vendría a dar, como ya hemos dicho, toda una destellante generación. Entre Moguer y Nueva York, éste es el Juan Ramón que más leemos, el ciudadano de gris inglés que soñaba una ciudad delineada en torno a silenciosos enjambres de poetas. Era un sueño paralelo al de la República, o sea la República traducida por un poeta, con palomas y funcionarios, con artistas y premios Nobel.Ya sabemos cómo acabó todo aquello, pero en cada una de las casas donde vivió Juan Ramón había un proyecto logrado de amor y poesía cada día. Todavía sabe uno encontrar la colina de los chopos, el Madrid posible e imposible en algunas tardes en que el otoño acuña oro, en que la primavera es un palomar cubista donde alguien está encerrado recitando al poeta. Las llaves las tiene mi querido Pepe Velasco.
UMBRAL, Francisco
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