miércoles, 13 de agosto de 2008

ORTEGA Y LA GRAMÁTICA LATINA DE CEJADOR (SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE)


Vuelvo al texto de Ortega sobre la Gramática Latina de Cejador cuya primera parte ofrecí el otro día. Habíamos dejado al pensador disertando sobre conceptos tan complejos como los de "civilización" y "cultura":

"Paralelamente a este olvido de lo cultural se ha mostrado un gran desdén hacia lo clásico: es muy frecuente entre nosotros la creencia de que a la palabra "clasicismo" no corresponde realidad alguna, y que es apta, a lo sumo, para fáciles ampliaciones de una retórica extemporánea. Y, sin embargo, yo pienso que tras ese vocablo alienta místicamente la realidad más granada y plenaria, pues tengo a lo clásico no solo por el embrión de la cultura, sino por el sentido perenne de ella. Si no temiera tanto parecer oscuro -¡Dios me libre de ello, luciferina Ática!- me expresaría de este modo: sólo traslaticiamente puede hablarse de cultura del campo: cultura vale en propiedad como cultura del hombre, y significa eleboración y henchimiento progresivo de lo específicamente humano. Si no se puede apreciar la progresión, la palabra cultura no tiene sentido, y no se puede apreciar aquella si no se supone una dirección, si no se tira una línea guión sobre la que luego hayan de marcarse los grados del avance. Aquí está -creo yo- el problema entero de la metodología histórica, de la historia como ciencia, cuya solución ha encomendado el Demiurgo a este oscuro siglo que va naciendo entre nosotros. Porque es menester clamar tan alto que nos oigan los sociólogos sordos -¡sociología, cuánta barbarie se ha condensado en esta palabra, luciferina Grecia!- es menester clamar que no existen hechos históricos, sino una larga pesadilla de sucesos grisientos e insignificantes donde pone la cronología un ritmo monótono de telar. El mero tamizar aquella pesadilla, para escoger de ella algunos acontecimientos más claros que llamamos representativos y que ungimos con el privilegio de los hechos históricos, es imposible sin esa línea soberana que da un sentido y una afirmación a la cultura. Y no se diga que bastaría una línea simbólica de un progreso en civilización, pues esta es solo instrumento de la cultura, y el progreso en civilización supondrá siempre al cabo la hipótesis de un progreso en cultura con que sopesar los quilates de aquel.

Esa línea magnífica que orienta la historia y pone en ristre los siglos hacia un ideal porvenir necesita, como toda línea, de dos puntos para ser determinada: y el uno, el de oriundez, está en Grecia, donde el hombre nació, y el otro, el de fenecimiento, está en lo infinito, donde el hombre impondrá la urna de su corazón cocida en un horno de Grecia por un alfarero socrático. En la danza general de la vda inserta el clasicismo un gesto de dignidad, gracias al cual aquella danza burlesca se ordena en majestuosa teoría humana.

Clasicismo solo hay uno, clasicismo griego, y los renacimientos serán siempre, forzosamente, un volver a nacer de Grecia, un volver a abrevarse en la energía perenne de las ruinas helénicas, "más perennes que el bronce". Y cuando hoy se habla de un renacimiento sobre el indianismo, se comete cierto abuso indelicado con las palabras, aun cuando por mi parte siento grave respeto hacia el sánscrito, que es el lenguaje con que hablan los sabios elefantes en el junco.

Quisiera escribir corto para que los lectores no se quejaran de mí: y así, al encontrarme en el fin de estas cuartillas, lamento la incontinencia de mi pluma, que sin haber hecho otra cosa que iniciar la cuestión del clasicismo deja intacta la cuestión del humanismo, objeto principal de ellas. Pero era necesario: el humanismo es solo una función del clasicismo. Para indicar lo que en aquel más nos importa a los españoles, bastaría decir: si el clasicismo es el sentido íntimo de la cultura, es el humanismo greco-latino el clasicismo de las "formas" de la cultura, y muy especialmente de las "formas" mediterráneas de la cultura. Estoy convencido de aque las artes españolas serán y deberán ser siempre realistas. Mas por lo mismo, solo manteniendo constantemente ante los ojos las pautas y las normas de las humanidades evitaremos que nuestro realismo caiga en lo chabacano y se arregoste en menesteres infrahumanos. No fue el azar quien inventó el nombre de "humanidades".

De todo ello hablaré otro día: hoy quería solo mentar la obrilla nueva de mi maestro y mi amigo don Julio Cejador, el cual publicó hace unos siete años una Gramática griega, según el método histórico-comparado; hace seis la Introducción a su obra capital El Lenguaje; hace cinco Los Gérmenes del Lenguaje; hace tres La Embriogenia del Lenguaje; hace dos la Gramática del Quijote; hace uno el Diccionario del Quijote; hace dos meses un tomo de ensayos sobre cuestiones filológicas y lingüísticas. Luego de grandes afanes, alcanzó el señor Cejador una cátedra de latín en el Instituto de Palencia. Y ahí está enseñando pretéritos y supinos a unos angelitos celtíberos.

Sin perder compás y buen ánimo, el señor Cejador, que aprendió en las lucha jacobinas con los problemas científicos la clásica virtud de la modestia irónica, ha compuesto un lindísimo arte latino, tan lindo, tan fresco y tan sencillo, que parece un idilio pedagógico. La gramática, el tinglado inorgánico de reglas, expeciones, etc., todo el artefacto enredoso de la pedagogía jesuítica desaparece diluido en una conversación. Porque el Nuevo Método se compone de dos libros: el libro de clase y el libro de casa, y ambos libros se hablan y el diálogo de ambos libros es lo que se me antoja un idilio didáctico, casi tan bello como el otro idilio que os he traído a la memoria de Pan y Siringa."
José Ortega y Gasset

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